"Llegaban. Desde lejos Martín miró el Caserón con su Mirador allá arriba, resto fantasmal de un mundo que ya no existía.
"Entraron, atravesando el jardín, y bordearon la casa....
"Subieron por la escalera de caracol y nuevamente volvió Martín a experimentar el hechizo de aquella terraza en la noche de verano. Todo podía suceder en aquella atmósfera que parecía colocada fuera del tiempo y del espacio.
"Entraron al Mirador y Alejandra dijo:
"-Sentate en la cama. Ya sabés que acá las sillas son peligrosas.
"Mientras Martín se sentaba, ella arrojó su cartera y puso a calentar agua. Luego colocó un disco: los sones dramáticos del bandoneón empezaron a configurar una sombría melodía.
"-Oí qué letra:
Yo quiero morir contigo,
sin confesión y sin Dios,
crucificado en mi pena,
como abrazado a un rencor.
"Después que tomaron el café salieron a la terraza y se acodaron sobre la balaustrada.... La noche era profunda y cálida.
"-Bruno siempre dice que, por desgracia, la vida la hacemos en borrador. Un escritor puede rehacer algo imperfecto o tirarlo a la basura. La vida, no: lo que se ha vivido no hay forma de arreglarlo, ni de limpiarlo, ni de tirarlo. ¿Te das cuenta qué tremendo?"1
En esta primera parte de su novela Sobre héroes y tumbas titulada "El dragón y la princesa", el escritor argentino Ernesto Sábato se vale de su personaje Alejandra para llevarnos a una profunda reflexión sobre la vida humana. Bruno, amigo de Alejandra, tiene razón... en parte. A diferencia de los escritores, que tienen la opción de rehacer lo que no les ha salido bien como si lo hubieran hecho perfectamente desde el principio sin haberse equivocado en momento alguno, nosotros no podemos darnos ese lujo. En lo que no tiene razón Bruno es que sí hay forma de arreglar, de limpiar y de tirar a la basura todo lo malo de nuestra vida pasada. No es cuestión de hacer caso omiso de nuestras faltas, como si jamás hubiéramos errado, sino todo lo contrario. Podemos arrepentirnos de nuestras faltas y pedirle perdón a Dios por ellas, confiados en lo que afirma el apóstol Juan: que "si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad".2