El deporte es una herramienta para el desarrollo del cuerpo. Saludable como actividad física y social. Contribuye a la economía e imagen de las naciones... Sin embargo, cuando la violencia se cruza en el camino deportivo causa conflictos. La matanza de Munich en 1972 es uno de los peores ejemplos de violencia que podemos recordar. Simplemente se convierte en peligroso.
Este espacio es poco para citar la cantidad de hechos violentos que han ocurrido en el mundo, alrededor de un evento deportivo. Las protestas por el paso de la Antorcha Olímpica en algunas regiones, considerada como una manifestación de paz y armonía, tomó un sendero diferente.
Vemos en un campo de fútbol, jugadores, fanáticos y policías enfrascados en una guerra con saldos de heridos y muertos. Discuten odios y rivalidades. Equipos convertidos en los ejércitos en contienda de estos seguidores. El perder contra el contrario en un juego es pecado. Cito la muerte de un jugador colombiano hace años. Hizo un autogol y recibió un disparo por el error.
En Panamá, los deportistas se dan sus buenos pescozones en una cancha. También los furibundos fanáticos.
Una violenta ola de disturbios alcanza a muchos protagonistas dentro y fuera de las zonas deportivas. Los ciudadanos no pueden hacer ejercicios físicos en sitios antes tranquilos y adecuados para este fin. La violencia e inseguridad los envuelve.
Frases como "mente sana en cuerpo sano" o "importante no es ganar, sino competir", son historia. Los deportistas ya no son los embajadores de la paz, porque el deporte ha cambiado su visión por política, conflictos raciales y religiosos, intereses económicos o de superioridad hitleriana.
El vicio y la delincuencia creciente se infiltran en el panorama deportivo. Una de las últimas fronteras de la paz ha sido contaminada y herida gravemente por las garras de la violencia.
