El hombre maduro me miró con tristeza. Dijo que él no tenía la culpa de lo que hacía. Señaló que por más que no quisiera hacerlo, llegaba un momento en que una fuerza superior a su razón lo hacía cometer el delito.
Yo había revisado su historial policivo. El hombre era un reincidente en el delito llamado "actos libidinosos". (Consiste en molestar sexualmente a niños).
Una y otra vez el sujeto había sido condenado. Las primeras penas fueron de pocos meses. Luego al volver a cometer el delito, las condenas aumentaron.
Yo era un joven Oficial Mayor del Juzgado Cuarto, Penal. No entendía cómo una persona podía cometer un delito varias veces.
Se veía que la cárcel no lo atemorizaba, ni lo hacía entrar en razón.
Luego de varios casos comprendí que estaba en presencia de personas enfermas mentales. Gente que tenía desórdenes de personalidad que los empujaban a cometer delitos.
No importaba las penas de cárcel, ya que dentro de su mente estaba el gusano del mal que lo llevaba a repetir el delito.
Lamentablemente en aquella época no se hacía mucho por "regenerar" al delincuente. Menos se pensaba en psicólogos para tratar a estas personas.
La justicia solamente se conformaba con sacar de circulación al enfermo mental por meses o años. Después, ya libre, volvía a sus andanzas porque estaba enfermo.
Solamente en esos casos considero que hay que ayudar a los delincuentes.
Es claro que a quien por primera vez comete un delito, se le dé la oportunidad de regenerarse.
Una manera de lograr esto (meterle miedo para que no vuelva a cometer delitos) es hacerlo sufrir los rigores de la cárcel.
Que el maleante -sea primerizo o reincidente-, sepa que ir a la cárcel no es asistir a un "Resort", o unas vacaciones.
Por eso hay que tener cuidado con ese proyecto del gobierno de autorizar "medidas alternas" a la cárcel para los delincuentes.
Añada a esto la posibilidad de dinero "bajo la mesa" para suavizar el cumplimiento de la pena. (¡El que la hace, que la pague!)