Cuando se es empleado de una empresa durante muchos años, ocurre en algunos casos que se pierde la pasión por dar el mejor esfuerzo; por laborar con el mismo entusiasmo de los primeros días.
Cuando eso ocurre, tenemos dos opciones honorables: o nos reenfocamos de alguna forma; o sencillamente dejamos eso por las buenas y nos dedicamos a otra cosa.
Por desgracia, algunos no solo han perdido la dedicación, la atención al detalle y el uso del sentido común, sino que, sintiéndose amparados por su longevidad en la empresa, se hacen los frescos.
Se trata de personas que por sus años de trabajo son muy queridos en la empresa, pero realmente ya no son de utilidad. ¿Por qué? Porque al perder el ánimo, desatienden instrucciones, entran y salen de su trabajo a la hora que les da la gana, hacen sus tareas a medias o no las hacen.
Al ser cuestionados por sus superiores, contestan: "sí, sí, sí..."; pero es solo una respuesta rápida para salir del paso. Por más que uno le hable, le escriba, le grite o le implore que atienda las instrucciones, estas le entran por un oído y le salen por el otro.
Si uno toma en cuenta sus años de experiencia, uno pensaría que este empleado es alguien con toda la capacidad de ayudarlo a uno a aprender y crecer como profesional. Pero en algún punto del camino, dejaron de ser una "institución" de la empresa, para convertirse en un mueble más.
Lo que ellos no entienden, es que si han durado tanto tiempo "agarrando los mangos bajitos", es porque sobre él hay otros empleados que lo estiman, y que incluso han estado dispuestos a tomar parte de los costos y llamadas de atención que involucran su falta de responsabilidad.
Y que son ellos los que evitan que sus fallas lleguen a oídos de un jefe de personal, gerente o presidente de la empresa que sí no se andaría con cuentos para darle la patada.