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Chiquillos

Milciades Ortíz | Catedrático

Entre las variadas cosas que he tratado de hacer en mi vida, una fue aprender karate. La intención pública era hacer ejercicio para rebajar. Pero en lo íntimo, no me caía nada mal sentir que "mis manos son armas letales", como sostienen defensores de este arte marcial asiático.

Estuve seis meses tratando de ser karateca. Lo malo es que no rebajé de peso porque de los ejercicios salía una mucha hambre ¡y comía el doble!

Mi sensei Worrell a veces me recriminaba mi barriga, poco apta para un karateca.

Mientras nos arreglábamos los del grupo, siempre surgían conversaciones diversas. Una vez alguien habló con entusiasmo de la guerra.

Entonces un hombre cuarentón pero en buena forma física, que tenía pinta de extranjero y casi hablaba, nos dijo que nosotros no sabíamos lo que era eso.

Rápidamente contó que fue "seguridad" (¿mercenario?) en una empresa minera belga del Africa. En ese país había un movimiento militar de liberación nacional.

Dijo que a veces los guerrilleros ponían a los niños a lanzarle granadas a los vehículos de los colonizadores belgas.

"Entonces yo cuando veía a grupos de niños, ordenaba disparar al aire para asustarlos. Si no se iban, le disparábamos a ellos", dijo con voz grave.

Todos nosotros callamos. No volvimos a hablar con entusiasmo de la guerra.

Hace semanas recordé este incidente de más de veinte años. Resulta que vi una película sobre la guerrilla en El Salvador.

Allí destacaron que el Ejército se llevaba a los niños campesinos a la fuerza, para convertirlos en soldados.

Pero la guerrilla izquierdista también tenía chiquillos peleando. En la película insinúan que los mismos niños se iban a la guerrilla, cansados de los abusos del gobierno.

Dejando a un lado la inclinación a favor de la guerrilla de esta película, su mensaje fue impactante.

Recordé que chiquillos también han peleado en Vietnam, en Cuba, cuando la guerrilla fidelista. Otros en países de Centroamérica, Colombia, etc.

Y actualmente, en los barrios pobres de muchos países, los niños son verdaderos soldados del hampa y la maleantería. ¡Pobrecitos!



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