El espacioso templo Catedral de Vida fue suficiente para acoger a los seres queridos y amigos de Javier Justiniani, la mañana de ayer. Reinaba un silencio que sólo era interrumpido por el zumbido de las hélices de los abanicos de techo.
Dos jóvenes vestidos de gala escoltaban a la familia Justiniani cuando ésta entró portando el cofre con las cenizas, mientras al fondo se escuchaban los redoblantes que le pegaban al cuero de las cajas.
Un padre adolorido intentaba ocultar el dolor de su alma, pero éste se escapaba a través de sus ojos reveladores, pese a las gafas oscuras que usaba. La madre intentaba consolarse mirando un lirio blanco entre sus manos.
Finalizada la ceremonia religiosa, 7 autobuses transportaron a las personas hasta la Calle 13 de Río Abajo, donde empezaría el desfile que en honor le habían preparado sus amigos para acompañar a la familia.