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La muerte de una persona amada

Hermano Pablo | Reverendo

«Al cabo de algunos años de peregrinaciones, atendí a las súplicas de mi padre:

»-Ven -decía en la última carta-. ¡Si no vienes deprisa, encontrarás muerta a tu madre!

»Esta última palabra fue para mí un golpe. Yo amaba a mi madre; tenía grabada la escena de la última bendición que me había dado, a bordo del barco. "Mi desdichado hijo, nunca más te veré", sollozaba la pobre señora estrechándome contra su pecho. Y esas palabras resonaban ahora en mis oídos...

»Adviértase que yo estaba en Venecia... Dejé todo y me disparé como una bala en dirección a Río de Janeiro...

»... Mi padre me abrazó con lágrimas.

-A tu mamá le queda poco tiempo de vida -me dijo.

»En efecto, no era ya el reumatismo lo que la mataba; era un cáncer en el estómago...

»El dolor aflojó por un rato las tenazas. Una sonrisa iluminó el rostro de la enferma, sobre el cual la muerte agitaba el ala eterna. Apenas podía reconocerla; hacía ocho o nueve años que no nos veíamos. Arrodillado, al pie de la cama, con sus manos entre las mías, me quedé mudo y quieto, sin atreverme a hablar, porque cada palabra sería un sollozo, y nosotros temíamos ponerla sobre aviso acerca del final. ¡Vano temor! Ella sabía que estaba a punto de morir; me lo dijo. Lo comprobamos la mañana siguiente.

»Era la primera vez que yo veía morir a alguien... la muerte de una persona amada, esa fue la primera vez que la pude ver de frente.

»No lloré. Me acuerdo de que no lloré durante el espectáculo: Tenía los ojos pasmados, la garganta anudada, la conciencia boquiabierta...

Para los que hemos visto morir así a un ser querido, nos identificamos mucho con Brás Cubas, quien nos narra los crueles pormenores de esa agonía por medio de la pluma del célebre escritor brasileño Machado de Assis en su obra titulada "Memorias póstumas de Brás Cubas". Pero conste que es saludable que lloremos, como lo hizo Jesucristo ante el sepulcro de un ser querido; y que permitamos que nos infundan aliento las palabras de consuelo que Él pronunció: «Yo soy la resurrección y la vida -dijo Cristo-. El que cree en mí vivirá, aunque muera».




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