El comportamiento de la creación humana nos ha extendido dos regalos fantásticos, una es hija de la virtud y la rectitud, la verdad, y la otra traída por los cabellos de las extravagancias profanadoras y artificiosas, consolidadas para salir adelante por las vías dolosas que justifican toda actitud pecaminosa, la mentira. El cuerpo avala una serie de corrientes domables e indomables que bajan de nuestro cerebro a manera de mandatos de cumplimientos urgentes, fuerzas energéticas que en afanadas obediencias responden justificadamente a someterse al cometido, fecundadas por el método aplicado. Los pueblos cada día que transcurre deben cobrar cambios de enteros fundamentos sin dejarse embaucar por los que suelen afirmar tener siempre la razón.
A veces escucho y veo que nos hablan pensando que jamás hemos asistido a la escuela, acusando recibo de habitar la nefasta patria boba. Esa situación defectuosa el pueblo la está destruyendo acá y acullá, recordemos que podemos ser mansos hasta ciertos parámetros, pero no mensos, éstos últimos en estado de extinción.
La verdad posee la particularidad de refugiarse en los labios serenos que guardan la rigurosidad inflexible de la reflexión. Algunos creen que decirla reviste el forzoso acto de contrición sublime y crucial de entera inmolación espiritual, no se debe pecar olvidando que no hay ceguera donde vive la certeza, mágica esplendidez que robustece nuestro ánimo como el rayo que aparece en medio de la noche, anunciándonos la llegada del enigma. El veritativo es virtuoso y se nos muestra embriagado de objetivos ambiciosos y puros apresando el triunfo en abierto desprecio del mitómano, que es empujado y arrastrado a niveles calamitosos en los que son agarrotados por las oscuras y tenebrosas tiranías de la fatalidad.
Cargamos el atraso que nuestra raza nos ha heredado como un baldón a cuestas, muy serio de erradicar, resultando de la endeble cultura que en el curso de los días pierde su fisonomía arcaizante y demagógica. Destruido todo contacto con el mentiroso, abandonemos el sitio donde acampa el bárbaro.