Alguien aventuró la frase la pereza es la madre de todos los pecados. Cuestiones dogmáticas aparte, la indiferencia parece alimentar todo tipo de violencia, sobre todo en nuestro país donde vivimos tiempos de confusión y miedo.
No es el progreso ni el desarrollo lo que allana nuestro sendero hacia porvenir; más bien es la violencia el máximo exponente de nuestra realidad y cada día despertamos con la más variada gama de crímenes y delitos emanando su fétido aliento.
Nadie parece estar a salvo. No existe seguridad ni bajo el cálido resplandor de este sol canicular ni bajo los mágicos efluvios de la luna.
Lo peor no es sólo esta incertidumbre, sino ser testigos de la insolvencia para descubrir quiénes atentan contra nuestra pacífica nación.
Hace poco tiempo se argumentaba, no sin razón, que la delincuencia era la divinidad a la que se rendía culto. Entonces inventamos vivir tras los barrotes de nuestra propia casa, prisioneros de nuestros propios miedos.
Ahora, el aterrador espectro se ha posesionado de nuestras instituciones de protección ciudadana y de los recintos de justicia.
El pueblo observa como la vida pierde su valor y cuando a un desposeído o a un ciudadano común le da por desalojar sus demonios consumiendo sustancias enervantes, son arrestados y exhibidos como piezas de cacería. Sin embargo, quienes alientan los quebrantamientos de las leyes, desde la majestad de su posición socioeconómica o política se deslizan cual anguila entre limosos peñascos.
El panameño tradicional puede ver en elegantes sitios a truhanes políticos, reconocidos por su no muy loable paso por las instancias estatales, con el mayor de los sosiegos a pesar de pender sobre ellos el dedo acusador de la opinión pública, seguros, con la certeza de que aquí no pasa nada.
Triste es reconocer que vivimos en un lugar donde no nos interesa saber nada de nuestro vecindario porque es mejor no comprometerse. Los problemas son de cada cual y si te matan, ahí quedaste. No me involucro en tu dolor ni en tu llanto.
Quizás el ciudadano siente que se ejerce contra él todo tipo de violencia porque al acudir a las instancias pertinentes, nada se resuelve y todo es burocracia. Empero, cuando los protagonistas son los poderosos, sencillamente nada ocurre.
Al final, todos los gobiernos presentan el mismo perfil en la llamada lucha contra la descomposición, donde quienes más ganan no pierden sus privilegios, pero quienes tienen menos son juzgados con todo el rigor de la ley.