Con la llegada del nacimiento de la República en el siglo pasado, muchas familias extranjeras, especialmente europeas, cruzaron el gran charco, y encontraron en estas tierras hospitalarias y remotas la venia sagrada y triunfal de la segunda patria. En Soná de Veraguas coincidieron los Martinelli, Della Togna, Ferrabone y los Perdini. Enrique Martinelli y Francisco Pancho Pardini en los años 50, lograron una curul en el Palacio Justo Arosemena. Núcleos sociales que se posesionaron en áreas rurales viendo el estrecho entorno que empezaba a dar los lentos movimientos propios de los primeros pininos, confiándose en ellos, puntualizaron la atención debida de sus familias correctamente constituidas.
Hoy, uno de ellos busca en buen tono la Presidencia de la República. Ricardo Martinelli, unido a Juan Carlos Varela, se afana en pos del fin plausible, en llevar a la patria al cenit, ajena de todo género de entuertos, donde podamos tener seguridad durmiendo el sueño reparador a piernas sueltas.
El político debe equilibrar muy bien sus pensamientos cuando habla al pueblo, en lenguaje desenvuelto y sin tapujos, tal como lo hace inteligentemente nuestro candidato, previendo de no caer en errores que más tarde tenga que recoger. Hoy por hoy, a Ricardo Martinelli y a Juan Carlos Varela, les toca llevar en sus diestras muy alto, la tea ardiente, enseña del triunfo unificador. Y aquí veremos pronunciar con la energía acostumbrada la sacramental expresión, alto al desliz que desaparecerá, como si la tierra se eclipsara de repente. Martinelli, destacado humanista emprendedor, deseando resolverle todas las dificultades al prójimo, pensando profundo ante la evidencia del dolor que obra como recurso de todo el que padece. Su fin es el de cubrir de techos a todos los que duermen por las noches sin más amparo que las frías nubes del cielo. Transporte, vivienda, libros escolares gratis, seguridad, esos son los propósitos del flamante candidato del Partido Cambio Democrático.