La gente ha dejado de creer en muchas cosas. Ya no se escuchan las historias que solían contar los viejos. Esos cuentos que daban miedo y que de alguna forma ayudaban a las personas a tener respeto por lo sagrado, a Dios y los mayores.
En esta era de internet, exploración de Marte y otros astros; así como otros grandes adelantos de la ciencia y la tecnología, casi ningún muchachito se asusta con cuentos de brujas y tuliviejas.
Esas historias contadas a la luz de guarichas o velas de esperma ante el crepitar de las brasas del viejo fogón infundían en los jóvenes lecciones moralizantes que les ayudaban a tener una vida de adultos más recta y respetuosa.
A nadie por aquellos tiempos, -no hablo de muchos años atrás-, se le ocurriría bañarse en un sagrado jueves, viernes o sábado. Dios libre, so pena de convertirse en un pescado o sardina.
Ni qué decir de adentrarse en las entrañas de los montes. No señor, si se hacía se corría el riesgo de verse cara a cara con El Salvaje o El Señiles, señores de los bosques, en algunos casos protectores de los animales silvestres.
Trabajar. Qué va. No fuera a pasarle a quien lo hiciera lo que le ocurrió a un campesino en Viernes Santos, quien al uncir el yugo a los bueyes quedó sin habla por varios días al responderles éstos: "Hoy no, mañana sí".
En fin, ahora son otros fantasmas los que nos asustan, quizás el desempleo, la violencia generalizada, el hambre, la corrupción de los malos políticos y otros ciudadanos, la inseguridad, la pobreza y el hambre de muchos hermanos.
Todo esto debe llevarnos a meditar profundamente en esta cuaresma que nos prepara para la Semana Santa. A lo mejor cada uno puede hacer un "poquito" para exorcizar estos demonios, como lo hacíamos cuando nos mandaban a rezar el salmo 91 para alejar a los malos espíritus como la Tepesa y las brujas, aunque ya nadie cree en ellas, pero como dicen los españoles: "De que las hay, las hay".