Cuando entendemos la alegría que sentimos al reconciliarnos con Dios podemos entender la liturgia de este cuarto domingo de cuaresma. Cuando el pueblo de Dios comprende este derroche de amor por parte de Dios, de sentirse amado por Él, puede entrar a gozar plenamente de su presencia. En la parábola evangélica, el padre se reconcilia con los hijos.
La realidad del pecado y de la gracia
La parábola del hijo pródigo o del padre misericordioso o como la queramos llamar, viene a recordarnos en primer lugar que Dios nos ama; y en segundo lugar nos muestra la historia de nuestra vida. La parábola constituye una excelente iniciación al período de penitencia que estamos viviendo en este tiempo de cuaresma, a reconocer nuestras cuitas, nuestras miserias, pero sobre todo a sentirnos amados, reconciliados (Reconciliarse quiere decir cambiar a partir del otro, en nuestro caso, a partir de Dios).
Se precisa en primer término que los dos hijos son pecadores: así es la condición humana. Pero uno lo sabe y monta su actitud en función de ese conocimiento; el otro se niega a reconocerlo y no modifica en nada su vida. Lo más hermoso es que Dios viene para el uno y para el otro: sale al encuentro del más pequeño, pero también al encuentro del mayor; Dios viene para todos los hombres, para los pecadores que saben que lo son y para los que no lo saben; no viene sólo para una categoría de hombres.
Ese es el amor tan grande que Dios tiene para con todos nosotros y que nunca, nunca se cansa de amarnos e invitarnos a la reconciliación.