Mientras los políticos comparan el informe presidencial sobre la situación panameña con una versión de "Alicia en el país de las Maravillas", el Departamento de Estado de la mayor potencia mundial ha incluido nuevamente a nuestro país en la lista de 14 naciones que constituyen los principales centros de producción y tránsito de narcóticos y lavado de dinero.
La proximidad de Panamá a Colombia hace que los carteles del narcotráfico utilicen el territorio panameño como plataforma para exportar cocaína y heroína. Al mismo tiempo, las facilidades del sector servicio son utilizadas por estas mismas organizaciones criminales para blanquear parte de sus ganancias a través de empresas de fachada.
El problema es complejo. Panamá está en el medio de una gran oferta proveniente de una nación productora de narcóticos como Colombia y una gran demanda norteamericana. Para colmo de males, cuanto más refuerce Estados Unidos sus fronteras para evitar el ingreso de estupefacientes, esa droga se quedará en los países de tránsito.
Así es la cosa, por eso no es sorprendente el ejército de piedreros que hay en nuestros barrios. Jóvenes tanto de las clases altas, media y baja han sucumbido ante la adicción de esa maldita droga.
Por 25 centésimos, la juventud puede adquirir una piedra que lo lleva a un corto viaje de "placer", que le destruye sus neuronas y le reduce su dignidad.
No es como dice un magistrado que el problema es sólo de los gringos. Aspectos como el respeto a los derechos humanos y la represión del narcotráfico han pasado de ser una preocupación interna a una multinacional, porque son aspectos que afectan a las poblaciones de todos los países.
Más que rechazar informes, lo más inteligente es reforzar la lucha. El combate contra el narcotráfico es duro, pero no podemos desmayar nunca.