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Caer en brazos del amigo

Por: Hermano Pablo | Reverendo

Separó las piernas y flexionó un tanto las rodillas. Apretó los músculos de la espalda, fijó la vista hacia arriba y abrió los brazos como para cargar un paquete pesado. Era Carlos Luna, estudiante en Greely, Colorado, Estados Unidos.

Su amigo de la infancia y estudiante como él, Marcos Lucero, venía viajando a ciento cincuenta kilómetros por hora. Pero venía cayendo de un cuarto piso del edificio en que vivían. Y cuando Marcos cayó en brazos de Carlos, el impacto los hizo rodar a ambos por el suelo. Milagrosamente, fuera de rasguños y contusiones, ambos jóvenes salieron ilesos. "Vale la pena -comentó Marcos Lucero- caer en brazos de un amigo."

Hay salvaciones inexplicables. En el caso de Carlos Luna y Marcos Lucero intervino un poco la casualidad; pero también la presencia de ánimo, la serenidad y la sangre fría, y ese instinto de arriesgar la propia vida para salvar la de un semejante, sin medir las consecuencias.

Cuando una persona arriesga su seguridad, su salud y su vida para salvar a otro en un momento de peligro, es cuando nace el héroe. Lo contrario del héroe es el individuo egoísta, centrado en sí mismo, cuidador celoso de sus propios intereses, avaro de su bienestar, a quien el resto del mundo le importa un comino.

Decía Stanley Jones en uno de sus libros que el hombre puede medirse de manera geométrica: de su centro depende su circunferencia. Si el centro del individuo es él mismo, su circunferencia es pequeña y miserable. Pero si su centro es otros, su circunferencia se hace inmensa, hasta abarcar el cosmos y la eternidad.

Cuando una persona tiene por centro de su vida a Jesucristo, es capaz de hacer por otros lo mismo que hizo el Señor: extender los brazos para recoger al que se está cayendo. Eso es lo que hace Cristo: Él extiende sus brazos para salvarnos de nuestra caída mortal en el pecado y en la condenación.



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