Miércoles 29 de enero de 2003

 

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La verdad de la matanza en Paya

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Por Luis Alberto Miño Rueda / Enviado Especial de EL TIEMPO
Boca de Cupe / Crítica en Línea

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Los kunas son gente de guerra. El nuevo sáhila quiere paz y que Dios y la Policía los proteja. En la foto se ven imágenes transmitidas por la TV después del ataque.

EL TIEMPO llegó a Boca de Cupe (Panamá) en donde están refugiados. La semana pasada, paramilitares masacraron a cuatro indígenas. Esta es la historia. En la Gran Casa de techos de palma, paredes de penca y piso de tierra, todo Paya bebía chicha de maíz y escuchaba el canto de las flautas en honor a Marleny Martínez, que a sus 13 años había tenido su primera menstruación y ya podía recibir propuesta de matrimonio.

Así se cumplía el sábado 18 de enero la tradición Kuna en este poblado panameño, a medio día de camino del muro, como ellos llaman al tapón del Darién, que los separa de Colombia, cuando a la 1 de la tarde aparecieron los hombres armados que los mensajeros les habían avisado que iban a llegar.

Dos días atrás, tres kunas que iban a pie para Arquía, un poblado chocoano, escucharon de la selva una voz de alto y luego unos disparos. Corrieron hacia Paya por la maleza y en el camino se encontraron con un grupo de norteamericanos: Robert Young Pelton, Megan Smaker y Mark Wedeven, que iban rumbo a Colombia, ,guiados por Víctor Alcázar, un conocido poblador negro de esta región del Darién y tres kunas, que les cargaban los equipajes.

Les advirtieron del peligro, pero los extranjeros dijeron que seguían su ruta con el guía. Iban a hacer un trabajo para la revista Adventure de la National Geographic. Los dos indígenas no siguieron el camino y se devolvieron con los que acompañaban a los extranjeros.

En la noche de ese jueves llegaron a Paya y contaron lo que habían visto en el camino y el pueblo puso en las entradas vigías, mientras se envió una comisión a Púcuru, otro poblado Kuna cercano para avisar de la presencia de los extraños.

Llegó la mañana del sábado y como no pasó nada, a las 7:00 a.m. comenzó la fiesta de Marleny, que vestía una mola de colores vivos y shakiras, pero cuando la chicha se agotaba, fueron rodeados por el grupo armado.

SOMOS FARC

Somos del frente 57, somos de las Farc - les dijeron los hombres con fusiles AK-47, el cabello rapado, camuflados americanos y pañoletas que decían 'Contraguerrilla'.

Con ellos venía Alcázar, que les contó que el grupo los había interceptado, se habían llevado los gringos a Colombia y a él le pidieron que los guiara a Paya.

A los hombres armados, unos indígenas les ofrecieron sopa de pollo y otros le dieron a beber chicha. Estaban confundidos porque la guerrilla había pasado por ahí en otras ocasiones y nunca llegaban en grupos tan numerosos. Sólo compraban comida y se iban. Vamos a hacer una reunión - dijo el comandante �Roberto� - Pero toca esperar a mi superior para empezar. Pasaron tres horas, sin música ni trago, cuando apareció otro hombre uniformado impecable, que hablaba 'paisa', como les dicen a los colombianos en esta tierra.

No podemos hacer la reunión en la Casa Grande (sitio de ceremonias), vamos a hacerla afuera, sólo con los jefes - dijo el hombre. A las 5:00 p.m. se fueron rumbo al cementerio, en el camino a Púcuru, con Alcázar; el saila (cacique) primero de Paya Ernesto Ayala; el saila segundo Pascual Ayala y Gilberto Vásquez, un líder de Púcuru que había ido a la fiesta a tocar la flauta.

A mí me estuvieron preguntando: �Dónde está Preto, el que cura a los guerrilleros? -dijo el indígena encargado del puesto de salud, que no quiso ir a la reunión porque presintió algo y prefirió quedarse en silencio en su casa. Media hora después, en el caserío se escucharon ráfagas y los que estaban en la fiesta presintieron que nadie iba a volver con vida de la reunión. Le quitaron la vida a Ernesto y a Pascual.

Ninguno atrevió a ir al sitio; otros comenzaron a huir a la selva. Ya cuando el sol comenzaba a ocultarse, apareció por el camino arrastrándose Casildo Ayala, tratando de que no se le escapara la sangre de las heridas que le abrieron en su cuello con una bayoneta.

Era uno de los dos mensajeros que habían enviado a Púcuru y que al regreso se encontró por el camino con el grupo armado. Se había salvado porque se hizo el muerto. Su compañero de viaje, Luis Enrique Martínez, al que le abrieron el vientre, fue rematado a tiros.

En la noche, en una piragua, como llaman en esta región a las canoas a motor, salió por el río Paya una comisión a Boca de Cupe, el pueblo más cercano con policía, a seis horas de viaje.

CAMINO A P�CURU

Mientras las mujeres y los hombres se refugiaban con los niños desnudos, el grupo armado siguió esa noche el viaje con Alcázar y Vásquez hacia Púcuru.

En el camino, Alcázar pidió que lo dejaran hacer sus necesidades. Un guardia lo acompañó pero le dijo que no se iba a quedar viéndole los huevos y lo dejó solo. El hombre aprovechó para escapar y se les adelantó en el camino. Llegó primero al pueblo indígena y les avisó lo que se venía.

El domingo en la mañana, tras dormir por el camino, el comando armado llegó al caserío pero no encontró ni un alma. Fueron hasta la casa de Vásquez, lo mataron y le prendieron fuego al rancho.

Eso fue mucha violencia. Le arrancaron la cabellera con un cuchillo, dice su hijo Jorge Vásquez -Es algo triste, yo no sé como hay gente que hace esa desgracia. De regreso, las autodefensas se encontraron con un grupo de seis indígenas, en su mayoría mujeres y niños que no sabían lo que estaba pasando, y les pidieron que los guiaran de nuevo a Paya, pues no conocían el camino de regreso.

Cuando volvieron al caserío se llevaron los rifles y las escopetas con los que los indígenas cazaban venados y zaínos, los enlatados de las dos tiendas y descuartizaron a dos marranos y se los echaron al hombro, rumbo a Colombia.

Un helicóptero de la policía panameña, que había sido advertida por el herido de la tragedia, sobrevoló ese día el poblado y los paramilitares todavía se escondían en las casas. La aeronave no aterrizó porque los indígenas decían que los hombres habían sembrado mina alrededor del poblado y sólo vieron el pueblo fantasma.

EL REFUGIO

Los indígenas que estaban en el monte comenzaron a llegar en pequeños grupos a Boca de Cupe y se acomodaron en los salones de la escuela de este pueblo, habitado en su mayoría por chocoanos que han huido de la pobreza y la guerra, y hasta donde llegaron en el 2000 las Farc a atacar el puesto de policía.

El lunes, mientras la monja Carmen pasaba con un megáfono por las casas en una carretilla pidiendo ropa y comida para los desplazados, otra religiosa se fue en una piragua río arriba a buscar a los que estaban escondidos.

Era la primera vez que dejaban a su pueblo solo y era la primera vez que alguien, en muchos años, moría por tiros y no por mordedura de una culebra o enfermedades blancas. A sus hermanos emberás en una incursión armada en el 2000 les había tocado enterrar una niña por culpa de las balas.

En el albergue llegaron a ser 500, la mayoría niños, que se acomodaron en el piso con colchonetas y almorzaban arroz y pescados enlatados en los pupitres. En esa escuela, kunas y emberás, que libraron guerras a flechas por territorios hace más de 200 años, se aliviaron de su dolor.

Hasta este improvisado refugio llegaron desde camisas y leche de la capital hasta muñecos de peluche para los desplazados, ayuda en la que participaron reservistas estadounidenses.

El jueves, los tres cadáveres de los que cayeron en Paya fueron llevados por la Policía en helicópteros y enterrados en una sola tumba en el cementerio del pueblo, entre matas de platanillos y sin cruces. Al día siguiente llegó el cuerpo del indígena que fue asesinado en Púcuru. Ocupó otra fosa vecina.

- Los enterramos en cajones y no en hamaca, como lo hacemos los kunas. No pudimos ni verlos porque el olor no nos dejaba ni acercar -comentó Jorge Vásquez, hijo de la última víctima.

 

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