El taxista me miró extrañado, dudando de mis palabras. Luego noté en su cara que aceptaba mis palabras, considerando que era muy viejo, como Matusalem, el personaje más anciano de la Biblia.
Estaba transitando por Hato Pintado. A la memoria vinieron recuerdos de mi niñez en la calle Primera Parque Lefevre.
"Por aquí correteaba vacas cuando era niño", dije al taxista por mantener una conversación ligera.
No es la primera vez que me ocurre este fenómeno. Al parecer la gente más joven cree que uno es muy viejo, cuando señalo los tremendos cambios que ha sufrido la capital en sólo cincuenta años.
Es que el hombre ha destruido el medio ambiente en tan corto tiempo, convirtiendo ríos, playas y otros sitios en muladares.
Estaba en mis quince años en la secundaria. La profesora organizó un día de campo en el hermoso río de Juan Díaz.
Llevó a su hijastra norteamericana, quien deslumbró a los adolescentes con su cuerpo muy blanco y su bikini.
Varios de nosotros quisimos alardear de saber nadar muy bien. Nos lanzamos haciendo piruetas en las cristalinas aguas del río.
El otro día pasé por el mismo río. En medio siglo se convirtió en un sitio peligroso para la salud. Había desperdicios de todo tipo, sus aguas eran chocolates y hediondas.
Me dio escalofrío pensar que me había bañado en ese mismo lugar cuando Panamá era mejor ciudad que ahora.
Algo parecido ocurre cuando transito por la estatua de Morelos, en Panamá la Vieja.
Allí hay un río que es una cloaca de aguas nauseabundas, llenas de millones de bacterias mortales.
Hace cincuenta años los fines de semana había gente que iba a ese lugar a bañarse.
Incluso una vez se me ocurrió poner un pedazo de red para pescar. Solamente cayó un pescado, pues los otros eran más inteligentes y pasaban por debajo de la red.
Aunque Ud. no lo crea, yo también me bañé en la Avenida Balboa.
Hace poco mi esposa me pidió una vuelta romántica por dicho lugar.
Cuando abrimos las ventanas del auto para disfrutar la brisa marina, un hedor a letrina descuidada casi nos asfixia.
Pensé de inmediato en los extranjeros que están comprando departamentos millonarios a orillas de esa bahía. ¿Les habrán dicho que a cada rato huele a morriña?
¡Qué lástima! No negamos que vivir ahora tiene más modernismo, pero en lo del medio ambiente es un desastre.
Muchos millones y trabajo costará limpiar lo que menos tres generaciones de descuidados panameños ensuciaron.