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Algo que no tiene nombre

Hermano Pablo | Reverendo

«¡Hi, Grandpa!» dijo Cara McIntosh con voz alegre. Y en seguida repitió la frase en español: «¡Hola, abuelo!» Ernesto Richardson, de setenta y un años, sonrió a su nieta de quince. Siempre es agradable para un anciano recibir la visita y el saludo cariñoso de sus nietos.

La chica dio varias vueltas por el cuarto, charlando animadamente. Luego se situó detrás de la silla de ruedas del anciano, y pasó rápidamente una media alrededor de su cuello, apretándola con todas sus fuerzas hasta asfixiarlo. Así fue como se apoderó de 260 dólares que el abuelo guardaba en un cajón.

Con ese dinero salió a la calle en Fort Lauderdale, Florida, para comprar cocaína, a la cual era adicta. Posteriormente la arrestaron y la juzgaron, y la condenaron a cadena perpetua.

En vano buscamos un título para ponerle a este caso. Simplemente no hay ninguno adecuado. ¿Cómo calificar un hecho así? ¿Cómo hallarle explicación? ¿Qué palabra buscar para definirlo? Ya que no pudimos encontrar ningún calificativo apropiado, le pusimos por título: «Algo que no tiene nombre».

Sin embargo, todo tiene nombre en este mundo. Y si para calificar un hecho como el de Cara McIntosh no encontramos ninguna palabra, siempre podemos llamarlo «pecado». Porque al fin de cuentas el pecado está detrás y en el fondo de todas las acciones humanas.

"¿Qué es la vida?", preguntó Edgar Allan Poe. Y contestó:

Una turba fugaz de quimeras,

perseguidas, más ¡ay!

Siempre en vano

por enjambre insistente de ilusos

en un círculo eterno girando

y en el fondo, cual alma de todo

el horror, la locura, el pecado.

Horror, locura, pecado. Así se podría definir la acción de Cara. A los quince años ya era una drogadicta, una asesina, una condenada. Eso que ocurrió en una típica familia de la clase media puede ocurrir en la nuestra también. Por lo tanto, necesitamos desesperadamente, hoy mismo, un Salvador. Ese Salvador es Jesucristo.



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