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  OPINIÓN


El búcaro roto

Por: Hermano Pablo | Reverendo

Ocurrió en Chicago, Illinois, Estados Unidos, pero pudo haber ocurrido en cualquier otra metrópoli del mundo. La alarma sonó en el cuartel de bomberos. Era poco después de la medianoche, y la llamada era insistente: "Hay fuego en la cuadra 2400 de la Harriett Lane -decía una voz angustiada-. ¡Vengan pronto!"

Los bomberos acudieron de inmediato y apagaron el fuego en veinte minutos. Pero dentro de la casa quedaron muertas Mitsue Sakai, de veintiocho años de edad, y sus dos hijitas, Seira Candy, de cinco, y Rina Stephanie, de cuatro.

Cuando se hicieron las investigaciones del caso se descubrió que era la madre quien había prendido fuego a la casa, y había muerto abrazada a sus hijitas.

¿La razón del drama? Desavenencias con su esposo, Hideo Sakai, de treinta años de edad.

He aquí otro drama matrimonial que termina en tragedia familiar. Hideo Sakai y su esposa Mitsue eran japoneses. Habían emigrado, hacía varios años, a los Estados Unidos. Trabajaban los dos en restaurantes diferentes. Vivían muy bien, y tenían dos hijitas preciosas.

Nunca, en ningún momento, dieron señal de que había problemas entre ellos. Pero había infidelidad, y la infidelidad va agrietando lentamente la confianza, la mente, el alma y el corazón de los involucrados.

Sully Prudhome, poeta laureado francés que murió en 1907, escribió un poema al que le puso por título: "El búcaro roto". La poesía relataba que en una fiesta, el abanico de plumas de una dama rozó un finísimo búcaro de cristal que contenía una rosa. La rajadura que produjo, pequeñísima al principio, fue creciendo y creciendo, y el agua comenzó a escurrirse gota a gota. Terminada la fiesta, la rosa ya estaba muerta.

"Así -decía Prudhome- es el corazón humano. Una ofensa, un desamor, a veces una sola palabra, lo hiere y lo raja. Y por esa leve rajadura se escurre gota a gota la felicidad."

¡Cuántas veces no son sólo pequeñas rajaduras las que causamos al ser amado, sino también heridas muy profundas! Éstas las causamos con nuestras actitudes, palabras y gestos, y más aún, con la infidelidad, que es lo peor de todo. ¿Quién salva matrimonios del desastre? Jesucristo, el Señor viviente. Pero no lo hace sin que le entreguemos nuestra voluntad. Él sólo nos espera. Rindámosle nuestra vida.



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