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Salió de las llamas para caer en el agua"

Por: Hermano Pablo | Reverendo

"No conviene que enciendas tú el fuego", le aconsejaron los parientes. "Es mejor que te vayas a dormir una siesta", le aconsejaron los amigos. "Lo mejor sería que jamás bebieras", gimió la esposa. Pero Robert Collins, de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, muy borracho, insistió en encender el carbón de la parrilla.

Debido a su torpeza, en el afán de encender el fuego se empapó de combustible la ropa. Cuando acercó el fósforo al carbón, se prendió fuego a sí mismo. Loco de terror, corrió setenta y cinco metros y se arrojó a una piscina para apagar las llamas. Apagó las llamas, pero murió ahogado. Robert Collins no sabía nadar.

"Salió de las brasas para caer en el fuego" es lo que se dice cuando uno sale de un problema para meterse en otro. Pero de ese hombre puede decirse: "Salió de las llamas para caer en el agua", la cual no lo salvó. Al contrario, lo que no hizo el fuego, lo hizo el agua en donde el hombre murió ahogado por no saber nadar.

Ya hacía tiempo que Robert Collins salía de las brasas para caer en el fuego. Había comenzado con la copa social, la que se toma para complacer a las visitas. Había seguido con la copa solitaria, la que se bebe en la soledad por el simple gusto del alcohol. Luego, perdida toda verg�enza, había pasado a la botella pública, la cual bebía delante de los hijos. Lo que comenzó siendo un pequeño e inofensivo acto terminó siendo su destrucción.

El alcohol nunca será buen compañero del hombre. Llega a ser, para algunos, compañero inseparable, pero maldito debido a que va destruyendo día tras día el cuerpo, la mente y el corazón.

Podrán presentarse todos los argumentos que se deseen para defender el uso del alcohol. Podrá hablarse mucho de la libertad personal, del machismo y de la hombría. Las agencias mercadotécnicas podrán producir los anuncios más convincentes y bien hechos. Pero el alcohol seguirá siendo uno de los compañeros más destructivos de la vida.

"�De quién son los lamentos? �De quién los pesares? �De quién son los pleitos? �De quién las quejas? �De quién son las heridas gratuitas? �De quién los ojos morados? �Del que no suelta la botella de vino ni deja de probar licores!", dice la Biblia (Proverbios 23:29-30). Sólo Jesucristo, con su inmenso poder y su gracia, puede librar al alcohólico de su enemigo y destructor implacable.



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