"Ocho Conejo escuchaba el rítmico sonar de los tambores.... Desde las primeras horas de la mañana... se había purificado en las aguas de un río cercano a El Tajín.... sus dos servidores se afanaban por vestirlo...: había que concluir con el honroso trabajo de ataviar a este afamado jugador de pelota....
"Los jugadores habían de ser ágiles, poseer una mirada de jaguar y la destreza de los monos, ya que saltaban para enfrentar la pelota con su cadera, dando el golpe en el lugar preciso, donde se localizan los huesos más fuertes de la cintura; si la pelota pegaba en los muslos, provocaba brutales moretones, incluso podía romper los huesos de la pierna, o peor aun, si golpeaba en las cercanías del estómago o el hígado, podía hacer estallar las vísceras del jugador.... Por todo ello los jugadores debían proteger sus órganos más delicados con gruesos cinturones, rellenos de tela y cubiertos de piel.
"... Finalmente... el jugador estaba listo para afrontar su destino....
"El equipo de Ocho Conejo empezó a dar muestras de cansancio... Ocho Conejo saltó para recibir la pelota que desde atrás había lanzado el más ágil jugador del equipo contrario y, al golpear la pelota, ésta tomó otra dirección, provocando en el público un grito lastimero.
"... El sacerdote principal indicó al líder del equipo contrario que sujetara por los brazos a Ocho Conejo... en la piedra sagrada.... la cabeza de la columna vertebral. La sangre brotaba incontenible, mostrando al pueblo que así llegaría la lluvia que tanto esperaban. La cabeza fue levantada en alto, y algunas gotas de sangre cayeron sobre la pelota."
Así como en este relato prehispánico de la cultura totonaca de México, Ocho Conejo no se resistió a que lo sujetaran a una gran piedra en la que derramaría su sangre para salvar a su pueblo de una posible sequía física.
Cristo no se sacrificó sólo para salvar temporalmente a su pueblo judío, sino para salvar eternamente a todo el que en �l cree.