Enclavado en la agreste cordillera central, una cueva, un pasado, signos y señales de grupos aborígenes que transitaban las altiplanicies, mesetas y cañadas en su ir y venir, quizás mapas guías dejados al azar a otros caminantes, albergues o sitios temporales de descanso a orillas de ríos, asegurando así el alimento cotidiano, un cobijo para guarecerse del tiempo inclemente del trópico o protegerse del viento norte inclemente e implacable, las bajas temperaturas y el poco ropaje, trópico en fin. Existen, están allí, los diseños deteriorados por la erosión, la carcoma del tiempo, aun así su desgaste nos habla del pasado, nos dicen muchas cosas, nos hablan de modos de subsistencia diferente, muestran un arte, actividades diversas, creencias y adoraciones.
Las visitamos en diversas oportunidades y en cada una encontrábamos de alguna manera un nuevo mensaje... Surcando ríos, quebradas y ascendiendo altitudes poco comunes en nuestro quehacer cotidiano, sorteábamos toda clase de situaciones difíciles ayudados de jóvenes socorristas, amantes de aventuras, y estudiantes noveles ansiosos de conocer y aprender.
No resultó fácil, las laderas escarpadas, los caminos inaccesibles, cerrados en maleza, ofidios al acecho, sectores de tupida selva, bosque tropical húmedo de líquenes, lianas, musgos, resbalones, costalazos, risas, entre claros y oscuros vados nos conducían. Nuestro guía, un conocedor de la montaña, un amable campesino, diestro en el riguroso caminar del monte, conocedor de plantas, de animales y con un profundo conocimiento del terruño cañaceño.
Veraguas posee un sinnúmero de áreas con muestras líticas, abrigos o albergues como la conocida Casa de Piedra, pero no la de El Chorrillo, está allí en espera de valorización, que la historia les permita entrar por la puerta grande.