REFLECTOR
El Vidajena
Redacción
Crítica en Línea
Ramona es una joven señora
que no pasa de 45 años, pero parece de 30, y vive sola con tres comearroces
en la casa que de mala gana le dejó el borracho de su marido cuando
la dejó hacer tres años. Es un mujerón que hipnotiza
con el vaivén de su larga cabellera negra y el contonéo de
esas atrevidas caderotas, que tienen a más de un vecino en Santa
Librada con un pie en el manicomio y otro en la cárcel.
Que va papá la guial, que es demasiada mujer para un solo hombre,
estaba pasando las de Caín por el abandono del marido, y su cuerpo
se parecía cada vez más a la caldera del diablo. Todas las
noches la acosaban unos sueños eróticos que pondrían
colorao de la vergüenza al más deprabado de los psicópatas
sexuales en la cárcel La Joya. No dormía bien, sudaba frío,
temblaba de la nada en los buses cuando la rozaban por la espalda y, lo
peor, le daban mareos y horribles dolores de cabeza cada vez que veía
al galán y a la heroína besándose en las novelas de
la televisión.
Bajo el chorro de agua de la regadera, la Ramona se imaginaba acostada
con el morenazo billetero de la esquina, con el chinito de la tienda, el
maestro que le da clases al más chico de sus pelaos, con el policía
que apaga el semáforo para que ella cruce en las mañanas cuando
va para el trabajo, y hasta soñaba con conquistar al cura de la parroquia,
que es un joven fulito y de risa fácil que siempre le tira ojo al
portento de mujer que va todos los domingos a pedir la bendición,
pero nada más para sentirle el calorcito de la mano al virginal siervo
de Dios.
Pasando los páramos de estas fantasías estaba cuando una
tarde, al bajarse del bus, quedó regada como una papaya madura en
la acera, porque el conductor del diablo rojo arrancó como perseguido
por un fantasma sin dejar que Ramona pusiera pie en tierra. Entonces apareció
Ismael, un pealo de apenas 16 años, pero enorme como esos luchadores
que aparecen semidesnudos en la televisión los sábados por
la noche, y que ella no podía ver porque le empezaban los dolores
debajo del ombligo. El muchacho iba pasando por ahí y la alzó
en brazos, y con una voz de locutor romántico le preguntó
si se encontraba bien. A Ramona se le congelaron las palabras entre los
dientes. Cuando sintió los músculos de piedra que tenía
el chiquillo casi se desmaya. Se imaginó que toda ella se volvía
de agua, y se escurría despacito por los brazotes de aquel animal
de hombre y se perdía en la acera.
Ismael la acompañó a su casa, y en el camino la mujer le
iba echando mirada al bulto que se asomaba rabioso por debajo del pantalón
de ese pelao que era primera vez que veía en la barriada. Ella lo
invitó a que se quedara, que ella le iba a freir unos patacones,
unas salchichas y unos peperonis, porque no tenía nada más
en la nevera y a finales de quincena no se comía otra cosa en esa
casa de pobres. El gigantón aceptó y ella corrió a
cambiarse para ponerse bien sexy con una batita lujuriosa que había
comprado hace poco, pensando en que si alguna vez se le hacían realidad
sus sueños eróticos, no iba a tener qué ponerse.
Así fue papá, la Ramona salió de la cocina con las
salchichas bien grandes y los patacones y dos enormes vasos de culei, y
se le presentó al chiquillo vestida nada más que con la batita.
Comieron a lo rápido rápido, porque ella quería meter
mano de una vez. Cuando ya se habían lavado la boca con el jabón
rojo que le dicen de perro, que era el único había en toda
la casa, la mujer lo fue agarrando y le clavó las uñas en
los muslos mientras le pasaba la lengua por toda la espalda de abajo hacia
arriba.
Le quitó la ropa en menos de lo que se persigna un ñato,
mientras Ismael calladito se dejaba violar. Pero cuál no fue la sorpresa
de la Ramona cuando al tenerlo como Dios lo trajo al mundo, descubrió
que el muchacho casi no tenía nada con qué responderle. Era
puro músculo y voz de trueno, pero el rayo no le servía para
nada. Y, lo peor, él le confesó que nunca había estado
con una mujer porque no le gustaban mucho.
Después de eso la Ramona se la pasa lamentándose por estar
recogiendo desconocidos en la calle, y se consuela con sus fantasías
nocturnas y la bendición del cura cada domingo.
|
|
Que va papá la guial, que es demasiada mujer para un solo hombre,
estaba pasando las de Caín por el abandono del marido, y su cuerpo
se parecía cada vez más a la caldera del diablo. Todas las
noches la acosaban unos sueños eróticos que pondrían
colorao de la vergüenza al más deprabado de los psicópatas
sexuales en la cárcel La Joya. |
|