La sensación placentera cuando extendemos la mirada en panorámico explayamiento, nos obliga a comprender que estamos ante lo fidedigno del prodigio paradisíaco mezclado en sazón los componentes físicos y químicos, promediados matemáticamente, domiciliando en su regazo la multiplicación de los seres verdes que son el complemento indispensable de la vida animal. Pero la afabilidad de la existencia vegetal dispensada a nosotros sin ningún costo, uno lo hemos destrozado, lo otro contaminado ha sido, sin guardar ninguna norma de conservación, entregado todo lo creado en las manos malvadas del ser humano. El hábitat puesto a su disposición, ajeno de reparos con todos sus benignidades y riquezas ha sido menospreciado con toda especie de malignidades, aniquilando paulatinamente sus caudales.
Ese delirio de grandeza cumpliendo al pie de la letra los perversos modelos de conducta, infundidos del malsano instinto de supremacía, hirientes del alma, fustigada de los enfermos deseos irreflexivos que lo han distinguido como el máximo depredador de la natura, fueron endilgados a mantener incólumes sus desleales intereses. Este recurso vino equipado de los aditamentos indispensables para reinar hasta la eternidad como fuente abastecedora de alimentos, cumpliendo con las complicadas necesidades de los seres vivientes, partiendo del ofensivo y diminuto virus, hasta el organizado y prepotente sujeto razonable. Fue pecado sin escrúpulos dotar al hombre de razón, es aquí precisamente donde radica el poder de tornarlo infame e indigno en su manera preconcebida de proceder.
En la época de transición ruidosa que podemos aprovechar referente al canal, surge la interrogante de anónima respuesta, �Por qué hay tantos pobres en Panamá? Lo único que nos falta por vender es el aire que aún fluye con libertad, penosamente atosigado de un alto porcentaje de contaminación. Hay que cuidar el legado natural con orden puntual, pues es aquí donde radica la fuente de vida ponderable.
