La invasión a Afganistán e Irak en el Medio Oriente fue, sin lugar a dudas, la apertura de la agenda norteamericana para esa distante región del planeta. El argumento de Washington en ambos casos ha sido la instauración de democracias al estilo occidental, pero ante todo lo es, el control de las reservas petrolíferas en una economía mundial cada día más industrializada.
La política del Gran Garrote para América Latina tiene ahora su versión para el Medio Oriente y amenaza con extenderse a la América del Sur donde todavía quedan vastas reservas de petróleo, concretamente en Venezuela, donde el presidente Hugo Chávez ha sentido las primeras advertencias de los personeros de la segunda presidencia de George Bush.
La nueva procónsul de la administración Bush, Condolezza Rice, comenzó en días pasados un periplo por la región del Oriente Medio donde la situación, específicamente en Irak, presentan todas las características de una guerra prolongada, posterior a unas elecciones cuyos resultados son desconocidos en Occidente.
En esta nueva ofensiva, Siria e Irán se perfilan como los próximos puntos de interés para la política norteamericana en la región, bajo argumentos cada vez menos convincentes y comprobados.
El peligro de esta escalada de guerra de los Estados Unidos no está en extender su doctrina allende lejanos territorios, si no, en haber despertado el monstruo del terrorismo que ha causado a éstas alturas el derramamiento de mucha sangre inocente alrededor del mundo.
Las últimas estimaciones hechas por el mando norteamericano en Irak apuntan al aumento de las tropas establecidas en ese país mesopotámico y alejan la posibilidad de una salida de las mismas, empantanadas en un escenario incierto.
Mil 300 soldados norteamericanos han caído en Irak y pasan de 30 mil los muertos y heridos en una contienda que no ha terminado.
