OPINION

HOJAS SUELTAS
Usted no califica

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Por Eduardo Soto
Periodista

Casi logro aumentar mi póliza de seguro, pero a último momento me rechazaron en la aseguradora por dos razones inapelables: mis 37 años, vividos hasta la última gota del jugo, y aquellas cincuenta libras de más que cuelgan de esta panza como piedra de molino, y me tienen medio muerto.

Cuando todo estaba listo, y ya había firmado hasta el último papelucho con sus letras grandes y pequeñas, sonó el teléfono y del otro lado escuché la voz de la amiga que me metió en este lío del seguro de vida, quien preguntó a rajatabla: "¿Cuánto pesas?". ¡Doscientas diez libras!, contesté orgulloso. (Silencio del otro lado). "¿Y cuánto mides?", repreguntó ella, muy seria y profesional, no con el tonito de carnaval con el que habíamos empezado el embrollo del aumento de la póliza. "Un metro setenta", respondí, ahora desconfiado y lleno de sospechas. (Otro silencio... más largo... fúnebre). Y una vez más asomó la voz académica al otro lado: "¿Cuándo te chequeaste con el médico por última vez?"...

Entonces entendí que algo no andaba como debía, y detuve la conversación. Intercambiamos algunas palabras avinagradas como "carajo", "vaina" y "coño", y otras que no se pueden poner en las páginas de los periódicos, y ella terminó enterándome de la terrible verdad: a mi edad, y con este sobrepeso de animal de circo, las aseguradoras empiezan a considerar a sus clientes como material peligroso, sujetos de riesgo, porque en cualquier momento se van al otro barrio sin despedirse, y costándole a la empresa una pequeña fortuna.

Al principio me causó risa, y celebré con mis amigos el asunto como si fuera un mal chiste. Pero hoy, enfrentado a la cruda realidad de que hay quienes creen que no califico para algo, porque a la vuelta de la esquina me espera un sepelio, me aterro.

¡Y es que todavía tengo la vida en borrador! Ninguno de mis hijos termina la universidad, mis nietos no han nacido, no conozco Europa por dentro, no he ganado el Premio Planeta con ese personaje que ha de convertirse y convertirme en inmortal, quiero una casa en las montañas, y hacer de este diario un monstruo... ¿y el amor? ¡Tengo tanto que devolver!

Aún hay mucha fruta tirada por ahí, y quiero exprimirlas. No por el egoísmo puro de beber más de la vida, sino porque no me da la gana que la guadaña me vaya a partir en dos antes de tiempo. Además, me parece la mejor forma de vengarme de la aseguradora, que por rechazarme impidió que mi amiga se ganara como premio un jamón.

 

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