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Sangre Generosa

Hermano Pablo | Reverendo

Era la víspera de Navidad. ¿Cómo no pasar con alegría esa fiesta de la intimidad, esa fiesta del corazón, en unión de las personas queridas que iban a quedarse bien pronto abandonadas tal vez para no volverse a ver nunca?

Clemencia dijo a Valle y a sus compañeros:

La Navidad se celebrará aquí en casa, haremos un gran baile, tendremos una agradable cena, nos alegraremos por última vez con los nuestros, y después, que vengan los franceses y nos degüellen....

En el salón se había colocado... el árbol de Navidad, precioso capricho no introducido todavía en México, y que es el objeto de la ansiedad de la infancia, de la alegría de la juventud y de la meditación de la vejez en esos países del Norte donde aun se mantiene vivo con el calor del hogar el amor de la familia..

El reloj dio las doce de la noche, y todo el mundo vino a agruparse en derredor del árbol de Navidad.

Comenzóse la rifa. Cada uno sacó su número, y Clemencia fue distribuyendo la alhaja o el juguete que correspondía a aquel número.

Llegó su turno a Fernando. Sacó el número 13.... Clemencia bajó de una rama del árbol un lindo pañuelo de batista que tenía este número.

Valle —dijo la joven alargando el pañuelo a Fernando—, Isabel y yo hemos bordado juntas este pañuelo... por esto debe serle a usted doblemente querido.

Lo guardaré como una reliquia sagrada —respondió Fernando.

Y cuando reciba usted alguna herida, empápelo usted en sangre generosa; esa será la mejor manera de honrarlo.

Yo lo prometo —murmuró Fernando.1

Esa sangre generosa» que a la postre derramó Fernando Valle en la clásica novela romántica Clemencia, escrita por el autor mexicano Ignacio Manuel Altamirano, nos recuerda la sangre que a la postre derramó el Niño Dios. Porque así como Fernando murió voluntariamente en lugar de su amigo Enrique, también Jesucristo, Dios hecho hombre, murió en nuestro lugar. Aquel cuyo cumpleaños celebramos cada Navidad murió por cada uno de nosotros.



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