Hace más de medio siglo que dejé de ser niño. Sin embargo, todavía recuerdo cosas agradables de la niñez, especialmente en las Navidades. La maravilla del Niño Dios, Santa Claus, el Viejo Pascuero hizo que mi hermano Orlando y yo nos quedáramos con los ojos abiertos una noche de Navidad... pero nos venció el sueño. No descubrimos el secreto.
Como no éramos hijos de ricos, los juguetes no sobraban. Así que no teníamos problema para disfrutar al máximo de lo que recibíamos. Y no les extrañe que junto a los flamantes juguetes nuevos sacáramos los del año anterior, gastados por el uso, pero llenos de muestras de cariño.
En la Calle Primera, Parque Lefevre, donde pasé la niñez, la Navidad era gozada por los niños a plenitud. Las muñecas oliendo a nuevas, eran arrulladas con amor por las chiquillas. Incluso les servían té en nuevas tazas que les había traído el Niño Dios.
Los juguetes de los varones eran "machistas", como se dice ahora. Casi siempre revólveres de papelillos, patines, escúteres (patinetas), bolas y manillas, y una que otra escopeta de balín.
La algarabía comenzaba temprano, pues los niños madrugaban para saber qué les había traído Santa Claus. Había algunas decepciones, porque la plata no sobraba en el barrio.
Semanas antes de Navidad recuerdo que las familias de jamaicanos cambiaban los linóleos de sus pisos. Y algunas como los vecinos Young-Winter se distinguían haciendo dulces de frutas. Niños al fin, pronto se armaban las "guerras" entre buenos y malos, bandidos y vaqueros. Las niñas se reunían para mostrar a sus "hijas" de plástico, trapo y aserrín.
El barrio estaba lleno de arbolitos de Navidad con luces en cantidad (también se quejaba la gente de lo cara que estaba la luz). Algunas casas eran adornadas con guirnaldas y figuras de Santa. Y lo que no faltaba eran los nacimientos visitados por los vecinos (en aquella época existía la tradición que los vecinos se visitaban de vez en cuando).
Como no había la maldad de ahora, los niños podían jugar a sus anchas en las calles. Los conductores respetaban a los niños en la vía. Debo decir que gran parte de esa tradición se ha perdido. He ido varios veinticinco de diciembre a la misma calle y no he visto a los niños jugar con sus juguetes. Los tiempos cambian y parece que ahora la Navidad se celebra en la intimidad del hogar.
Pienso que eso impide la comunicación entre los niños. Así no disfrutarán del intercambio de juguetes y sonrisas. Me pregunto si los complicados juguetes de ahora causarán la misma alegría que los sencillos de hace cincuenta años. Algunos de esos juguetes requieren esfuerzo para usarlos.
También noto que hay padres que están contra la tradición de que los juguetes los trae el Niño Dios. Es una lástima, porque nada hay más hermoso para un niño que vivir de ilusiones. No destruyamos eso y dejemos que se trasnochen esperando sorprender al Niño Dios o Santa Claus poniendo los juguetes bajo su cama. |