Los ojos se nos pusieron pesados. Con las manos nos restregábamos la cara para espantar el sueño. No íbamos a permitir que esta vez el sueño nos venciera como ocurrió el año pasado. Mi hermano Orlando y yo estábamos despiertos esa noche del veinticuatro de diciembre, hace más de cincuenta años.
Como muchos niños queríamos "descubrir" la magia del Niño Dios y santa claus, trayendo los juguetes ansiados por meses.
No entendíamos mucho eso del Niño Dios y los juguetes. Pero para nuestras mentes infantiles sí era fácil la imagen del barbudo santa claus con su trineo, llegando del Polo lleno de regalos.
En nuestra casa de la calle primera Parque Lefevre no había chimenea. Cuando le hicimos la observación a uno de nuestros padres, respondió que santa sabía como entrar en la vivienda.
Pero como le ha ocurrido a miles de niños panameños durante más de cincuenta años, el sueño nos venció en aquella ocasión.
Al día siguiente, algo decepcionados por no descubrir a santa en "plena acción", nos dedicamos a disfrutar de lo que habíamos recibido.
Casi siempre lo que uno había pedido en cartas y conversaciones no llegaba completo. Era seguro que muy pocos de esos pedidos los traerían el Niño Dios y santa. Realmente, no importaba.
Los chiquillos de mi calle salían temprano a mostrar sus juguetes. El barrio se llenaba de gritos, risas, ruido de "disparos" de pistolas de papelillo, patines, bicicletas.
Las niñas recibían juguetes más pacíficos y silenciosos.
Se les veía recién bañadas y con trajes nuevos, rodear amorosamente con sus brazos la flamante muñeca de plástico.
La novedad del momento eran las muñecas "que se orinaban". Una mamadera llena de agua y un tubo dentro, hacían el milagro.
Otro regalo preferido de las niñas eran los juegos de té. Algunas madres pensaban que de esta manera la nena se iría preparando para ser ama de casa cuando grande.
No era extraño que unos chiquillos fueran con sus pistolas a asustar a las vecinitas. Ellas huían entre risas, pues les gustaba el relajo.
Como habían muchos chiquillos, al pasar la mañana los juguetes iban pasando de mano en mano. Luego las madres irían a las casas vecinas a rescatarlos.
Por lo general, el vecindario de esa época se llevaba bien, No existían disgustos por causa de los niños, como ocurre ahora con cierta frecuencia. (Ya los niños no juegan en la calle por seguridad).