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Invasión, 20 años después

Julio C. Caicedo | Periodista

Este 19 de diciembre, a las 11:00 de la noche, me tomaré un sancocho en el Boulevar igual que hace 20 años. Sin apuros, pues esta vez no tendré que regresar al Municipio de San Miguelito. Recuerdo que cuando el seguridad accionó la llave del portón, pensé que había tocado el detonador del fin del mundo. Comenzaron a caer estruendos sobre Panamá y desde la colina alcaldicia se veían partes de la ciudad estallando en llamas. Ni los jinetes apocalípticos hicieron tanto ruido ni actuaron tan rápido. Treinta mil efectivos norteamericanos con armamentos ultramodernos, arrumaron cadáveres entre humos e incendios: 300 civiles, 200 policías y 90 CODEPADIS. Al rato, sobre el reguero de muertos comenzó el saqueo que fracturó moralmente los cimientos patrios, distinguiendo a esta invasión armada de la docena que han realizado en nuestro territorio los Césares de Washington.

Veinte años después, Panamá sigue gobernada por el tuerto de la escopeta. Tenemos el "cash" del Canal, 81 bancos increíbles, la ZLC y crecimiento. Pero 1 millón de pobres, 100 mil casas sin agua, mortalidad infantil, la educación igual que la basura: por el suelo, delincuencia e impunidad y la capital respirando toneladas de excretas crudas que diariamente caen en la bahía, pues somos la ciudad de la bacinilla en el portal. A lo que quiero llegar es que a 20 años de la última invasión norteamericana, pareciera que las condiciones están dadas otra vez, para un nuevo dictador junto con otras desgracias peores.

No sé por qué en esa madrugada tan escalofriante tuvieron que pasar ante las espirales de mi tabaco, fugitivos temerosos, entre ellos el último presidente de a dedo junto a mi amigo Lucho Gómez, Delgado Diamante y una hermosa paracaidista de metralleta en mano, que arribaron en un Volkswagen viejo y con una maletota celeste también ruinosa. Llegaron a ordenarme que redactara un comunicado a mi mejor estilo, diciendo que las huestes revolucionarias estaban resistiendo al imperio Yankee. ¡Ah! y el "huevo" era que tenía que correr a leerlo yo mismo a radio Libertad, en el XII piso de la Contraloría, en medio de semejante masacre tan espantosa.




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