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¡No dispare, por favor!

Rómulo Emiliani | Monseñor

Fue en un momento trágico, cuando la persona asaltada en su automóvil, después de resistirse a bajarse, fue sacada a empujones del vehículo. Ella, arrodillada en el piso pedía a gritos al malhechor que no la matara.

Se oyó el disparo, seco y ronco, con un eco malicioso que se coló por las casas del vecindario. Eran las once y media de la noche y la enfermera volvía a su casa, después de cumplir con su turno de trabajo. La madre de tres pequeños agonizaba en el suelo y el maleante tomó el carro y se fue huyendo a entregarlo a los mafiosos que lo vendieron a los pocos días. Acudieron a asistirla los vecinos y antes de morir, ella solamente susurraba el nombre de sus hijos.

"No dispare, por favor", fue la súplica de la madre de tres niños al monstruo que la mató. Qué vacío en el hogar, qué dolor en los niños, orfandad radical, ya que vivían sin el papá que los había abandonado. Tener que pedir que no la mataran. Pero ¿qué derecho tiene alguien de quitarle la vida a otro? No hay razón ni autoridad en la Tierra que pueda arrebatarle la vida a una persona, salvo en legítima defensa propia. Todo aquél que se atreva a hacer eso, se convierte inmediatamente en enemigo de Dios y reo de muerte eterna.

Matar es detener, alterar el fluir de la vida en las personas, que en cadena luminosa transmite de una generación a otra la riqueza humana y espiritual que todo ser humano aporta. Quedan los niños sin recibir lo mejor de sus padres; los pueblos sin experimentar la contribución de sus líderes políticos, religiosos, empresariales y laborales. Todo porque a alguien, por codicia, venganza, intrigas sectarias, o para callar la verdad o saciar sus placeres morbosos, decide acabar con la existencia de un ser humano.

Cómo quedan truncados procesos de evolución de la conciencia, de entregas preciosas, de tareas nobles en la promoción del Bien Común, todo porque alguien seducido por las tinieblas, apretó el gatillo de una pistola, o mandó a matar a una víctima en manos de sicarios. En todo asesinato pierde la humanidad, pierde el criminal porque se envilece y llora Dios, porque se muere un hijo de sus entrañas y se trunca su plan de salvación. Pidamos al Señor nos haga respetar siempre la vida, ya que con Él somos invencibles.




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