MENSAJE
Padres
que están en las nubes

Hermano Pablo
¡Qué
imponente se veía él en el horizonte! Desde su
envidiable posición en el cielo, divisó el hermoso
cuerpo de una mujer. Como se le antojó hacerlo, dejó
que cayera una gota de agua sobre aquel cuerpo femenino, y se
alejó flotando en busca de otras aventuras.
Pasaron nueve meses, y la mujer dio a luz mellizos. Éstos
no le ofrecieron mayor problema hasta que crecieron y le preguntaron
quién era su padre.
Mañana por la mañana -les dijo ella-, miren
hacia el oriente. Allá lo verán, erguido en el
cielo como una torre.
Una vez que creyeron haberlo reconocido en la distancia, los
mellizos atravesaron tierra y cielo hasta llegar al lugar donde
se encontraba. Pero él, acostumbrado a tales peregrinaciones,
les exigió pruebas de que eran hijos suyos. Uno de ellos
lanzó a la tierra un relámpago, y el otro un trueno,
pero no lograron convencerlo hasta que atravesaron una inundación
y salieron intactos. Eso era para él prueba concluyente
de su paternidad, así que les hizo un lugar a su lado,
acomodándolos entre sus numerosos hermanos y sobrinos.
Y a partir de ese día Nube permitió que los mellizos
lo llamaran papá.
Con esa leyenda indígena del Nuevo Mundo se identificaban
plenamente los conquistadores españoles que lo descubrieron.
¡Quién sabe cuántos hijos ilegítimos
habrán dejado abandonados ellos en las muchas tierras
a las que su sed de aventura los había llevado! Esos hijos
también crecerían, y llegarían a saber que
eran los primeros niños mestizos abandonados de América.
Sobra decir que sus egoístas padres españoles
debieron haberlos criado y cristianizado, sobre todo si se tiene
en cuenta que ésa era una de las razones más contundentes
que daban para justificar la Conquista. De haber sido así,
a esos niños se les pudiera haber instruido en cuanto
a lo que la Biblia dice acerca del Creador. «Dios hizo
la tierra con su poder, afirmó el mundo con su sabiduría,
¡extendió los cielos con su inteligencia! -exclama
el profeta Jeremías-. Cuando él deja oír
su voz, rugen las aguas en los cielos; hace que vengan las nubes
desde los confines de la tierra.»
De haber conocido ese pasaje bíblico, cualquiera de
aquellos niños abandonados hubiera anhelado que Dios tratara
a los padres de familia con el mismo rigor con que trata el firmamento,
es decir, que los obligara a ser hombres responsables, caballeros
de honor, con entereza de carácter. Pero, de haber conocido
el resto de las Sagradas Escrituras, esos niños desamparados
habrían sabido que, si bien Dios jamás nos obliga
a que nos portemos como es debido, Él ha hecho lo máximo
por acercarse a nosotros. Por eso el nombre con que se dio a
conocer cuando vino al mundo para salvarnos es Emanuel, que quiere
decir: «Dios con nosotros». Y por eso, como última
medida antes de volver al cielo, prometió estar con nosotros
siempre, ¡hasta el fin del mundo!
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