La fecha es propicia para homenajear a esas mujeres especiales que hacen la vida del resto de los mortales más placentera, a las madres irrompibles, que con su fortaleza, convicciones y amor han forjado la existencia tantos hombres fuertes.
Sí, a ustedes madres irrompibles que se levantan de madrugada a vender empanadas, periódicos, y otras chucherías, tras haberse trasnochado enseñándoles a sus hijos las tablas de multiplicar, las complicadas vocales y el secreto de vivir una vida digna a la mirada del resto de los seres humanos y de Dios.
Madres irrompibles que renuncian a su único y último bocado para darlo a sus hijos, que transportan en cada lágrima un pedazo del corazón, que a pesar de ser frágiles sobrellevan las dificultades, cargas y tristezas de sus hijos con alegría y gozo.
Madres irrompibles que aman incondicionalmente, que lustran zapatos, que construyen puentes, que prolongan la vida con el uso de la medicina, que enseñan a sus hijos a creer que con la fe en Dios todo es posible, y que tiene un don especial para sanar cualquier corazón herido, sólo con un beso.
Madres irrompibles, esas que Dios ha creado en todos los tamaños, colores y formas, que hacen que el mundo gire y que son capaces de recorrer miles de kilómetros a pie para regalarle a un hijo, un te amo.
Madres irrompibles que se desvelan con las fiebres, con la llegada tardía, con la tristeza, que se desprenden de sus sueños, pero que dan cariño, dedicación, amor y conocimiento a sus hijos de forma gratuita.
Mujeres especiales, que cuales ángeles hacen la vida de los mortales, más maravillosa, que durante la infancia y la adolescencia llenan la vida de esperanza de sus hijos, con un abrigador abrazo.
"Mujer virtuosa quien la hallará, porque su estima sobrepasa a la de las piedras preciosas, se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada, y su marido también la alaba, muchas mujeres hicieron el bien, más tu sobrepasas a todas". (Proverbios 31: 10-28).