Para nadie es un secreto que en una huelga médica como las que nos ocupa no habrá vencedores ni vencidos, sino heridos y pacientes que acortaron su estadía en la tierra, debido a un tratamiento médico extemporáneo.
La enfermedad no espera, la salud se encuentra en "cuidados intensivos" y la gente de a pie empieza a desesperarse. Una huelga prolongada afectaría mucho más a los gremios médicos y a sus líderes que al gobierno, porque la misma no goza del apoyo popular de las masas.
Sea cual sea el resultado de este innecesario paro, alguien tendrá que responsabilizarse por atentar contra el valor más preciado de una nación, la salud de sus conciudadanos.
El sólo pensar en extremar la huelga a la suspensión total o indefinida de los servicios, podría ser considerada como una violencia irracional, incompatible tanto con la conciencia recta de los galenos, como con las normas administrativas de los servicios mínimos de salud.
No olviden señores médicos, que si la huelga se endurece en su intensidad seguirá perdiendo apoyo popular, pues se harán mucho más patentes, a los ojos del público, los daños reales que los beneficios futuros.
En tiempos anteriores, la huelga médica era casi impensable y para algunos médicos nunca está moralmente justificada la misma, pues la consideran incompatible con la obligación de servir al enfermo, que es parte esencial de su vocación.
El compromiso fundamental del seguidor de Hipócrates de servir puntual y fielmente al enfermo y de proteger su vida y salud debe prevalecer como una indeclinable obligación de conciencia por sobre cualquier interés personal o colectivo.
Ese deber sagrado debe estar encima de las reivindicaciones materiales o morales, y del interés de mejorar los salarios indebidamente bajos que percibe el médico, e inclusive por encima de la recuperación de la deseable autonomía profesional perdida o usurpada.