En recientes noticias policivas, hemos visto cómo menores de edad que han cometido homicidios y otros crímenes son entregados a las autoridades por sus propias madres, quienes horrorizadas al ver el comportamiento criminal de sus vástagos, los obligan a hacerle frente a la justicia.
Es innegable que debe resultar en extremo doloroso para cualquier mujer entregar a su propio hijo a la policía, sabiendo que será puesto en una celda con hombres peligrosos, y que podría ser condenado a muchos años de prisión.
Pero en el fondo, una madre consciente sabe que lo correcto es lo correcto, y que una lección de vida para los hijos es que uno debe hacerse responsable de sus actos.
Por desgracia, estos casos recientes son la gran minoría, porque los padres de la mayoría de los menores delincuentes en nuestras calles comete uno de estos tres errores: a) No se fijan suficientemente en el comportamiento de sus hijos; b) Saben que roban y matan y se hacen de la vista gorda, o c) Apadrinan los delitos que cometen.
Incluso, en sectores humildes de nuestro país, en los que la violencia pandillera domina la vida en las calles, hay madres que le ponen armas en las manos a sus pequeños. El razonamiento para esto es: "Para que me maten a mi hijo, mejor es que maten al hijo de otra".
En casos más extremos, padres inconscientes son quienes coordinan hurtos, robos y asaltos cometidos por sus hijos niños y adolescentes, a quienes usan como conejillos de indias, argumentando que la justicia no hace nada contra los menores de edad (lo cual, hasta cierto punto, es cierto).
Cuando defendemos lo indefendible, tarde o temprano estas injusticias que apadrinamos y defendemos se vuelven contra nosotros. Y en este caso, contra nuestros hijos. Y no ha nada más doloroso que ver a nuestros hijos pagar por errores propios.