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Mortal descuido paternal

Hermano Pablo | Reverendo

Estaban solos en una casa grande, él y ella, uno frente al otro. Desde un radiorreceptor se oía música romántica. Por la ventana entraban los perfumes de la primavera. ¿Y qué podemos imaginarnos en una situación en que él y ella están solos, de frente, con música romántica un hermoso día de primavera?

Lamentablemente había también un revólver entre los dos. Él disparó el arma, y ella recibió la bala en el cuerpo. Por suerte a ella la pudieron salvar.

¿Las edades de él y de ella? Él, Miguelito Granados, tenía sólo cuatro años de edad; ella, Julita Rivera, apenas tres. El revólver pertenecía a Ricardo Granados, de Caracas, Venezuela, padre del chiquillo.

Este es un accidente más, que nunca debiera haber ocurrido. Un hecho más de irresponsabilidad paternal. ¿A quién se le ocurre dejar un arma de fuego cargada al alcance de niños inocentes? Casos como este nos dejan atónitos.

Para marcar la importancia de esto conviene personalizarlo. ¿Será posible que alguno de nosotros haya sido la causa de desastres familiares por descuidos en sus prácticas personales?

En el caso de Ricardo Granados, fue un revólver lo que él dejó al alcance de su hijito. Pero ¿qué de los cigarrillos que matan de cáncer? ¿Qué de las drogas que arruinan la mente? ¿Qué de la literatura pornográfica que distorsiona relaciones matrimoniales? ¿Qué del adulterio y del incesto que destruyen vidas? ¿Y qué de los ejemplos que desvaloran la integridad y la justicia?

Cada esposo y padre entre nosotros le debe a su familia honradez, moralidad y espiritualidad. Estos son los valores que nuestros hijos necesitan, y que dan vida y no muerte. Ellos también serán algún día padres. ¿Qué les estamos legando?

Más vale que los padres de familia no descuidemos a nuestra familia -nuestra esposa y nuestros hijos-, pues son el tesoro más grande que tenemos. Purifiquemos nuestro hogar. Guardemos nuestro matrimonio. Protejamos a nuestros hijos. Ellos necesitan un modelo sano, y sólo nosotros podemos ser ese modelo.

Si Cristo es, de veras, el Señor de nuestra vida, entonces les estamos dando buen ejemplo a nuestros hijos; pero si Él no es Señor de nuestra vida, ¿qué están aprendiendo? Sigamos el ejemplo de Cristo, y así nuestros hijos tendrán un modelo de justicia y rectitud para su vida.



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