Un caso preocupante es el de la nueva generación, lo que le ofrecimos, en parte, en los programas de televisión puede definirse en una juventud despreocupada en las modas, en el hablar, en su conducta. No tuvimos visión con lo que hicimos. La televisión, por sí sola, difícilmente transforma la escala de valores o cambia de manera profunda los hábitos, sin embargo, en conjunción con otras fuentes, tiene gran poder. Su mayor efectividad se cifra en reforzar los valores predominantes y en consolidar hábitos y actitudes preexistentes. La forma como un niño utiliza la televisión es, antes que la causa, la consecuencia del carácter que tienen sus relaciones con los demás.
En otras latitudes están asustados. Se dieron cuenta que la televisión, esa niñera electrónica, pudo convertir a los niños en seres introvertidos, inexpertos, ilógicos, ineptos para leer o escribir, para concentrarse y resistentes a todo espíritu de competencia. Los niños menores de cinco años pasan, por término medio, 40 horas a la semana delante del receptor de televisión. Esto significa que, a los diecisiete años, se habrán tragado unas 30 mil horas de programas. Anteriormente el público se sublevaba únicamente contra la mala calidad de los programas, contra las escenas de violencia y contra los contenidos. Hoy día en cambio, los especialistas en educación infantil comienzan a inquietarse por la gran cantidad de horas que consume un público tan receptivo y tan vulnerable como los niños. A fuerza de ver moverse imágenes en una pantalla, el niño se sumerge plácidamente en un mundo irreal, comparable, según han afirmado algunos expertos, a aquel al que conducen el uso de estupefacientes o el alcohol. Por primera vez desde nuestra entrada en la galaxia Marconi, se han planteado y se han comenzado a estudiar seriamente los efectos a corto y a largo plazo de lo que la especialista en el tema, Mary Winn, ha llamado la droga en la televisión. Los niños acostumbrados a ver formarse y deformarse número y letras, se aburren y no prestan atención, cuando llegan a adolescentes tienen un vocabulario de unas doscientas palabras, mal dichas y cargadas de onomatopeyas.
Técnicos de todas partes del mundo han manifestado en la ONU que después de la generación de los niños de Plaza Sésamo, han puesto de manifiesto la influencia decisiva que ejercen los niños a la hora de elegir los productos que se consumen. Se ha podido comprobar, que ocho de cada diez padres confiesan estar influidos por sus hijos a la hora de realizar sus compras, la mitad de los nuevos productos de consumo cotidiano en una casa son introducidos por el niño, en seis de cada diez casos son los niños los que deciden los postres que se toman en la casa. Eso naturalmente en las grandes sociedades, en las nuestras el niño frustrado, sólo se imagina y sueña.
Les damos a nuestros hijos, lo que los realizadores de programas queremos que ellos vean, están en nuestras manos, salvemos a nuestros pequeños y tendremos un promisorio futuro.