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  OPINIÓN


Nuestro Dios en un Dios de Paz

Por: Rómulo Emiliani | Monseñor

Hay bienaventuranza en el evangelio que dice así: "Bienaventurados aquellos que son pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios". Hijos de Dios, porque nuestro Dios es un Dios de Paz, no es un Dios de venganza, no es un Dios violento; es un Dios que busca el amor, porque es amor.

La historia de la Iglesia ha tenido hombres y mujeres maravillosos, como Francisco de Asís. Él se paseaba de pueblo en pueblo, de aldea en aldea, iba por los montes y por todos lados, alabando y glorificando al Señor, amando y respetando hasta las hormiguitas y los animales del campo, las flores y más aun las personas.

La santidad se manifiesta por la paz que uno vive dentro, por la paz que uno transpira y por la paz que da. Los hombres y las mujeres de Dios son mensajeros de paz, porque nuestro Dios es un Dios de paz, porque Dios es amor y el amor produce paz.

En este siglo, un hombre -llamado Ghandi- que destacó inmensamente en la India, que movilizó una revolución increíble para destronar al imperio inglés usando la resistencia pacífica y nunca la violencia, demostró que se puede vivir en paz.

Ghandi al final de su vida, entre sus posesiones, sólo tenía una máquina de tejer, sus sandalias y su pobre ropa, un crucifijo y también la Biblia.

Nuestro Dios es el Dios de la paz, es el Dios del amor. Nuestro Dios es el Dios de la justicia, es el Dios de la armonía, de la unidad y la alegría. Es el Dios que quiere un mundo nuevo y fraternal. Es el Dios que quiere que todos tengamos qué comer y qué vestir. Que todos tengamos las oportunidades para educarnos. Que podamos participar en todas las decisiones de la sociedad. Es el Dios que hizo un mundo maravilloso y que le duele cómo, por nuestro pecado, estamos acabando con su mundo. Pecado personal, pecado social, pecado ambiental.

Una de las tentaciones del diablo consistió en decirle a Jesús que probara su fuerza y su poder lanzándose de lo alto del techo del templo, porque los ángeles lo apañarían y la gente diría: ¡Oh, ése si que es Dios! Y Cristo dijo que no. No aceptó la tentación de la vanidad y del orgullo y le respondió al diablo: "Está escrito, no tentarás al Señor tu Dios".



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