Los suicidios por ahorcamiento registrados en las estadísticas de la policía, en las morgues hospitalarias y en las crónicas rojas de los periódicos, aumentaron vertiginosamente en los últimos cuatro o cinco años en las zonas rurales del país.
Este fenómeno psíquico y social con implicaciones económicas está causando la muerte traumática de muchos panameños que dejan en la orfandad y el desconsuelo a sus familiares, y en la incertidumbre a sus amistades.
El desempleo, que produce una crisis emocional en el individuo afectado por la falta de recursos para enfrentar los compromisos de la vida, los desengaños pasionales con un ser querido, el consumo de sustancias alucinógenas abundantes en el mercado de la droga, y la depresión motivada por factores diversos, son las causas comunes que arrastran al individuo a asumir la triste determinación de acabar con su propia vida.
Sin embargo, el síndrome que está empujando a muchas personas a adoptar tan fulminante decisión, es, en gran medida, consecuencia de la carencia de valores morales y cristianos, y de la poca fe en las cosas de la vida, sumados a la débil voluntad de hombres y mujeres de luchar para superar los grandes retos que les impone el diario trajín.
Cuando caen en esas encrucijadas que les pone por delante la existencia, estos suicidas se olvidan que los humanos nacimos en el mundo solos, desnudos y sin un esfuerzo, perseverancia y sacrificio Y de que, nunca es tarde para empezar.