Todos tendemos a ubicarnos en nuestra "zona de confort", a desarrollar una serie de conductas repetitivas que nos hacen sentir seguros. Así trabajan la mayoría de las personas. Siguen una rutina específica, un orden específico y una velocidad específica para llevar a cabo sus labores.
Pero ese orden, establecido y enraizado tras largos años de hacer lo mismo mecánicamente, se hace añicos cuando se implementa un avance tecnológico a la empresa, o cambia su estructura organizacional. Ahí comienza la lloradera.
Que si esto va a ser peor, que si nadie entiende los nuevos programas de computadora, que si "siempre lo hemos hecho así", etc, etc, etc.
Es un escenario que se repite día con día en muchas empresas en todo el mundo. Los episodios de estrés y lamentos por la llegada de nueva tecnología o una forma diferente de hacer las cosas no son ajenos incluso a esta empresa.
La resistencia al cambio es natural en todos. Eso es comprensible. Pero sencillamente oponerse a todo por pereza de aprender, o por aversión a lo nuevo, dice mucho de nosotros como profesionales.
Si hay algo que se espera de cualquier trabajador, es que tenga capacidad de adaptación. Que esté preparado para los cambios; y si no está preparado, hacer el esfuerzo para aclimatarse lo más rápidamente a sus nuevas condiciones de trabajo.
Más reprochable es el hecho de quejarse y resistirse al cambio cuando este es favorable. Ahora, no todos los cambios en una empresa son favorables. Algunos resultan errores costosos, pero nadie puede darse cuenta de eso hasta enfrentarse a la nueva situación.
Si resulta que las adiciones y actualizaciones de la empresa son un fracaso, entonces hay que rectificar. Pero si resulta que el fracaso se dio porque un sector de los trabajadores boicoteó el proyecto, entonces los fracasados son los boicoteadores.