La canasta básica es una leyenda que sube en unos lados y baja en otros, parece la brizna aventada por la fuerza impetuoso de los efluvios del huracán.
Pensé entrega a los principios míticos sosteniendo en mi diestra la bolita de cristal y en la siniestra la varita mágica pidiendo un deseo supremo que en mi caso, era la baja de los precios de los productos básicos que quedaron fortalecidos sin sufrir el esperado contragolpe.
Dramático panorama afronta la canasta básica en Panamá donde un plátano tiene el valor de 0.35 centavos. Si los sueldos fueran los convenibles diría, dejemos pasar la bola resistiendo el precio de la jugada, pero no lo es, estamos cogido del peso, no pudiendo reclamar el costo de nuestra angustia.
¡Las esperanzas frustradas no alimentan a nadie! La lucha se ha transfieren al pobre que frita sin poder tener eco en la voz. Pero hay quienes comen como sabañones, otros con limitaciones, amoldándose a vivir entre los encantos dolorosos, donde la memoria del pueblo flota sobre los residuos del pasado.
Muchas veces con todas las penas sufridas, somos inexplicablemente felices, llevando sobre la frente ese recuerdo vago y lejano que acaba extinguiéndose con velocidad pasmosa, es el distintivo de los actos que vienen vigilados de una cualidad silenciosa y sombría.
De haber tenido poder habría fundado en cada área populosa de la ciudad un mercadito de abastecimiento alimentario a saber: uno en San Miguelito, otro en Juan Díaz, Tocumen y en Las Cumbres.
Es preciso que acuerpemos al hombre removedor de las entrañas de la tierra, en conversión de las cosechas que nos permitirán a todos seguir viviendo de los secretos que ella esconde.
El que no se alimenta bien está predispuesto a observar la oscura ruta seguida por la guadaña aterradora antes de caer en la cerviz indispuesta. Cuando la emoción llega a su culminación; no hablamos para no llorar.