Bien suena el dicho que una mirada dice más que mil palabras. Por eso, cuando se está conociendo a una persona, es importante detenerse a observar su mirada, la que te puede llevar a descubrir las verdades de su personalidad.
Por ejemplo, si las miradas masculinas son el reflejo de su alma podríamos concluir que existen hombres fríos, cálidos, profundo, superficiales, simpáticos, despreciables, amables, odiosos, en fin. ···
Los hombres, en cambio, fijan su mirada unos segundos más de lo que lo haría con un amigo o con un individuo que no despertará su interés, bajan el mentón, ladean la cabeza y sus ojos parecen brillar más de lo normal. Siguen con la vista el desplazamiento de la presa y suele suceder que no le pierdan pie ni pisada hasta verificar que están acompañadas o que han sido descubiertos.
Claro, con el tiempo las cosas cambian y si esa atracción inicial cuaja en una relación mucho más íntima, la forma de mirar evoluciona, se hace equitativa en ambos sexos, y de las furtivas y escurridizas pasamos a las excitantes miradas directas a los ojos que suelen durar más de cinco segundos, lo que desata tormentosos momentos de pasión.