OPINION


El libre que abre puertas

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Por Hermano Pablo
Reverendo

Largas eran las horas de encierro para los dos presos. Profundas eran sus cavilaciones, grandes sus esperanzas y extensas sus conversaciones acerca de sus planes futuros. Estaban presos en Cambridge, Inglaterra.

Un día le pidieron al carcelero una Biblia, y él les consiguió una Biblia buena, de tapa dura. "Que esta Biblia los saque del encierro en que están", les deseó el carcelero al entregársela, sin imaginarse el modo en que esa Biblia, en efecto, los sacaría de su encierro.

Luego de recortar una esquina puntiaguda de la tapa dura del libro, los hombres lograron abrir la cerradura de la celda y escaparon. "Parece que el Libro santo abre muchas puertas, incluso las de la cárcel", comentó el detective John McKelvey.

Lo irónico del caso es que si esos presos hubieran estudiado la Biblia, podrían haber escapado de otra cárcel mil veces peor: la cárcel del corazón enceguecido que los llevó a la cárcel de barrotes de hierro. Porque la Biblia es el libro que da la mayor liberación que el ser humano puede experimentar. Así lo dispuso Dios mismo, según la siguiente profecía de Isaías que se cumplió en la vida de Jesucristo, el Mesías esperado: "El Espíritu del SEÑOR omnipotente está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a sanar los corazones heridos, a proclamar liberación a los cautivos y libertad a los prisioneros" (Isaías 61:1). El Señor Jesucristo, el Verbo de Dios, la Palabra viva, habría de ser el libertador de todos los que sufrieran de un corazón quebrantado, de un alma abatida, de una vida encerrada.

La peor cárcel no es la que nos encierra tras barrotes de hierro sino la que nos impulsa a cometer delitos que causan nuestro encarcelamiento físico. Hay muchos que no están entre rejas y sin embargo son prisioneros de una vida derrotada.

Si bien una Biblia sirvió para que aquellos presos ingleses se fugaran de la cárcel, no dejaron de ser prisioneros de su vida derrotada. Pero tanto ellos como nosotros podemos ser liberados por la gracia de Cristo. Si aceptamos esa gracia divina, se abrirán de par en par las puertas que nos sacarán de nuestro encierro hacia la verdadera libertad.

 

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