Es sabido que no todos podemos actuar de manera igual, ya que de lo contrario este no sería mundo. Pero, debemos aprender a ser tolerantes, siendo la tolerancia una fortaleza interna que le permite a la persona afrontar dificultades y disipar malentendidos.
El método para hacer esto es primero usar el discernimiento al tomar decisiones. Al ahondar en la conciencia, puede determinar qué está bien o mal, qué proporcionará beneficio o pérdida y qué traerá logros a corto o a largo plazo.
El poder de tomar decisiones elimina trastornos mentales e intelectuales, así como entre las emociones y la razón.
No hay conflictos ni con uno mismo ni con los demás, ya que la tolerancia cultiva la habilidad de calmar los sentimientos fuertes y encendidos de las personas. Aunque se reciban insultos no habrá la menor muestra visible de amilanamiento en el rostro.
El conocimiento y la perspicacia automáticamente levantan el escudo protector de la tolerancia, de manera que el individuo permanece íntegro y contento y además, no se siente amenazado ni por la gente ni por las circunstancias.
Una persona tolerante es como un árbol cargado de frutas. Incluso cuando se le agrede con palos y piedras, ofrece sus frutas en retorno.
En el ambiente profesional y oficial, el fruto de las propias intenciones y acciones puede dañarse si al interactuar con los colegas, no se alza sobre el árbol el toldo protector de la tolerancia.
Los que tienen el poder de ser tolerantes no permiten que las vibraciones negativas externas nublen sus mentes con dudas y descontento. Pueden ver las cosas realmente como son —no como aparentan ser— y realizar las acciones necesarias.
La tolerancia desarrolla la habilidad de adaptarse a los problemas de la vida diaria.