Decía el poeta Southey que los primeros 20 años de la vida son los que tienen más poder e influencia en los caracteres del hombre. Sostenía el poeta José Julián Martí que la juventud es la edad del crecimiento y el desarrollo de actividad, viveza, imaginación y del ímpetu, y que cuando no se cuida el corazón y la mente de los niños y de la juventud, bien se puede asegurar que su vejez será desolada y triste.
Es de allí que debemos educar a los niños e instruirlos en una forma de pensar que les permita seguir preparándose, aprendiendo, ya que así como la educación comienza con la vida, también se acaba con la muerte; y como siempre el cuerpo es el mismo y decae con la edad; la mente cambia sin cesar y se enriquece y perfecciona con los años. Pero las cualidades esenciales del carácter, lo original, lo brioso y enérgico del hombre lo muestran en su infancia.
Escribían el inglés Bacon y el italiano Quintiliano que hay algunos hombres que maduran mucho antes de la edad y se van como vienen. En la Antigua ciudad de Lubeck existió un niño llamado Heinecken que a los dos años aprendió de memoria toda la Biblia, a los tres años hablaba latín y Francés, a los cuatro lo pusieron a estudiar la historia de la Iglesia Cristiana y a los cinco años murió.
Mozart a los cuatro años ya estaba componiendo tonadas. Mendelssohn aprendió a tocar antes que hablar. Weber, a los doce años había escrito seis de sus fugas. El Alemán Weiland a los tres años leía de corrido y a los siete traducía al latín a Cornelio Nepote. KIopstock a los veinte años escribió su poema Mesiada, que leyó Schíler a los catorce años antes de escribir un poema sacrosanto sobre Moisés. Goethe a los ocho años escribía en alemán, Francés, italiano, latín y Griego. Koerner dos horas antes de morir a los veinte anos escribió "El canto de la espada". Si no es el Estado ni los docentes, de educar patriota, cultural y ciudadanamente a sus hijos, quien mejor que un padre o una madre para descubrir los talentos, los dones y las virtudes de sus vástagos?