EDITORIAL
Día del Periodista
Hace 85 años, Gaspar Octavio Hernández Solanilla murió de tisis en la sala de redacción de La Estrella de Panamá. Nació en medio de la miseria y la tragedia lo perseguía, pero dejó una obra que hoy perdura. No en vano la fecha de su deceso fue escogida como el Día del Periodista. Este hombre apenas cursó hasta tercer grado, tuvo que soportar la muerte temprana de su madre, el abandono de su padre y el suicidio de dos hermanos. Su vida fue corta. Falleció cuando apenas había cumplido 25 años. La vida de los periodistas de hoy es diferente a los páramos que sufrió el poeta Hernández. Hoy las dificultades son de otra índole. A los periodistas la gente -sobre todos los políticos y los funcionarios- los ven con recelo y otros no.
La comunidad que no es escuchada acude a los periodistas, el dirigente que quiere influir busca de su apoyo.
En ese doble espejo se nos ve a los periodistas. En un momento -según la conveniencia- se nos aplaude y tilda de valientes; en la otra esquina se nos califica como la peor de las profesiones.
Los periodistas somos solitarios, gente sin amigos verdaderos, porque el oficio nos obliga. Hay que cuidarse de los conflictos de intereses y además qué amigo podría entender que nos debemos a los lectores.
Hoy que celebramos el Día del Periodista el mensaje va dirigido a esos pinos nuevos que se inician en la profesión. Aquellos que gastan zapatos recorriendo las comunidades y las oficinas en busca de la primicia. El secteto está en hacer buen periodismo, ser mejor profesional que el compañero, leer, preparar notas bien estructuradas y lograr buenas historias.
Ahora alto a los consejos, porque también hacemos votos para pedirle a Dios que nos ayude a todos a cumplir nuestra labor de informar en un plano de seriedad profesional y tolerancia, donde la ética y el libre juego de ideas sean lo primordial.
PUNTO CRITICO |
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