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  OPINIÓN


Muerto de risa

Por: Hermano Pablo | Reverendo

Largo y aburrido transcurría el día de pesca. Ningún habitante de las aguas del lago quería morder el anzuelo. Por eso Rolf Zurtlein y Udo Bauschlin, ambos suizos, pensaban ya abandonar la pesca en aquel lago de Suiza.

En eso un pez mordió el anzuelo de Udo. Cuidadosamente el pescador fue recogiendo el sedal. Cuando por fin salió el pez, venía extrañamente con un sombrero puesto. Rolf, hombre serio y taciturno, vio tan cómica la situación que comenzó a reírse. Tanto se rió que sufrió un ataque al corazón y murió allí mismo en el bote. Literalmente murió de risa. Aquel extraño caso que se dio entre dos amigos, hombres de negocios, ocurrió en el lago de Martigny, Suiza.

Una semana antes, Udo Bauschlin había estado pescando en ese mismo lugar y su sombrero había caído al agua. Cuando volvió a tirar el anzuelo la semana siguiente, el anzuelo atravesó el sombrero antes que el pez lo mordiera. Fue así como al sacar el pez del agua, éste llevaba puesto el sombrero de una manera muy cómica.

"Extrañas vueltas da el destino, y cuando la muerte lo encuentra a uno, no hay escape." Esa fue la reflexión de Udo Bauschlin, el amigo que sobrevivió.

¿Quién hubiera pensado que un hombre serio, de cincuenta y tres años de edad, que por cierto casi nunca reía, fuera a morir de risa? Disfrutaba de buena salud. No tenía problemas del corazón ni de sobrepeso. Sus negocios andaban bien y su familia lo mismo. No había ningún problema que lo hiciera morir.

¿Quién sabe cuándo y cómo va a morir? ¿Quién puede predecir el día de su muerte? ¡Nadie! La muerte puede estar a la vuelta de la esquina, al final del día, o puede todavía estar lejos. Nadie sabe cuándo va a morir. Debido a esa perpetua incertidumbre humana tenemos que vivir continuamente preparados para el día final.

¿Cómo debemos prepararnos para la muerte? Si se trata sólo de la relación que tenemos con nuestros allegados, antes que nada debemos preguntarnos si hay alguno de ellos a quien tengamos que pedirle perdón. Arreglemos cuentas con nuestros seres queridos antes que sea muy tarde.

Pero no hay que olvidar nuestra relación con Dios. Sólo un profundo y sincero compañerismo espiritual con Jesucristo su Hijo nos mantendrá preparados para ese momento final. Cristo ya pagó el precio de nuestro rescate. La Biblia dice que la sangre de Cristo, vertida en la cruz, nos limpia de todo pecado. Cristo quiere ser nuestro Salvador. Recibámoslo como Señor y Dueño. Él asegurará nuestra salvación.



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