Lo que aconteció la pasada madrugada del 3 de noviembre, cuando radioemisoras capitalinas y algunos bares promovieron el toque de dianas en los alrededores de sus instalaciones, y todo terminó en balacera y borracheras, demuestra que el panameño es un pueblo que ha perdido la dirección.
Una fecha tan especial, la de la celebración del día de la separación de Colombia, cuando tradicionalmente se rendía tributo a la Patria con tonadas populares y folclóricas, se convirtió de repente en un carnaval sin ton ni son, con jóvenes ebrios por doquier, quienes escuchaban de todo, menos música patriótica, y ni siquiera en español. Todo lo convertimos en oportunidad para el guaro y la pachanga. Ese es el panameño.
Buscar un culpable no tiene sentido, aunque sería justo señalar a los propietarios de estas emisoras y locales de expendio de licor, quienes quisieron tener a la muchachada cautiva de su seducción, ignorando los motivos nacionalistas de la fiesta. Así las cosas, al gobierno le corresponde poner los correctivos, y hasta imponer las sanciones del caso, antes que se convierta en costumbre el desbarajuste que presenció atónita la sociedad el pasado 3 de noviembre. |