"El nombre que me dio mi padre es Walimai, que... quiere decir viento.... Dicen que en los años anteriores a mi venida al mundo no nacieron suficientes hembras en nuestro pueblo y por eso mi padre tuvo que recorrer largos caminos para buscar esposa en otra tribu. Viajó por los bosques, siguiendo las indicaciones de otros que recorrieron esa ruta con anterioridad por la misma razón, y que volvieron con mujeres forasteras. Después de mucho tiempo, cuando mi padre ya comenzaba a perder la esperanza, vio a una muchacha al pie de una alta cascada, un río que caía del cielo. Sin acercarse demasiado, para no espantarla, le habló en el tono que usan los cazadores para tranquilizar a su presa, y le explicó su necesidad de casarse. Ella le hizo señas para que se aproximara, lo observó sin disimulo y debe haberle complacido el aspecto del viajero, porque decidió que la idea del matrimonio no era del todo descabellada. Mi padre tuvo que trabajar para su suegro hasta pagarle el valor de la mujer. Después de cumplir con los ritos de la boda, los dos hicieron el viaje de regreso a nuestra aldea."
Esta viñeta de los Cuentos de Eva Luna, tiene parecido a dos historias de la Biblia. La primera trata sobre el patriarca Isaac, cuya esposa jamás lo había visto. A diferencia del padre de Walimai, el criado de Isaac le obsequió joyas y vestidos costosos a la novia escogida y a sus familiares, mientras que el indígena del cuento tuvo que trabajar para su suegro. Eso nos lleva a la segunda historia bíblica, en que Jacob, hijo de Isaac, también tuvo que trabajar 14 años para su suegro a fin de que le entregara como esposa a su hija.
Lo que tienen en común el cuento de Isabel Allende y la historia de Isaac es que los novios no tuvieron la oportunidad de conocerse antes de contraer matrimonio, y sin embargo, parece que tuvieron un matrimonio feliz. Si bien esta noción no es popular en el mundo occidental, de todos modos corresponde a un modelo bíblico de amor que sí debiera ser popular: el amor que parte de una decisión irrevocable y se nutre de ella y del esfuerzo que acompaña a esa decisión para seguir amando hasta la muerte. Cristo nos ama a nosotros a pesar de lo pecadores que somos, y nos invita a que correspondamos a ese inmerecido amor. No importa si hasta ahora no lo hemos conocido. Aceptemos, pues, su invitación, y preparémonos para viajar con Él de regreso a su hogar.