Las personas coimeras o que suelen ofrecer coimas a cambio de facilitar un trámite tienen una concepción altamente distorsionada sobre cómo el mundo debe funcionar.
Y a través de sus acciones, su percepción corrompida se difunde y se propaga entre las personas que lo rodean, como una bacteria se extiende por un órgano infectado.
La coima es el símbolo de la corrupción, el origen de donde parte la mayor parte de las desgracias económicas que han azotado a este y a otros países durante décadas.
Y así es porque muchos de nosotros descartamos de salida la vía recta de hacer las cosas.
Parece increíble, pero algunos panameños, cuando se enfrentan a una situación en particular que tienen que resolver, la primera pregunta que hacen es: "¿a quién le tengo que pagar?". Piensan automáticamente en la coima.
Igualmente, es decepcionante cómo en las oficinas estatales vemos a funcionarios que viven pendientes de cualquier oportunidad de victimizar a un ciudadano para exigirle una coima a cambio de emitirle un documento.
De hecho, a muchas personas en este país les sale tan natural acercarse a alguien, llevarlo a una esquina y decirle en voz baja que las cosas se pueden resolver con un pago bajo la mesa, que resulta aterrador. Cuando somos testigo de esto, nos preguntamos si realmente hay esperanzas de que este país mejore.
Estamos hablando de una de las partes más oscuras de la idiosincracia de los panameños y de la mayor parte de los latinoamericanos.
En la medida en que tomemos conciencia sobre el daño que causamos en la sociedad con la coima, más nos comenzaremos a respetar nosotros y a actuar con la dignidad que muchos de nosotros hemos perdido por estar pendientes más en qué podemos sacarle a los demás que en servir a nuestra sociedad.