"Un grupo de pandilleros atacan sin compasión una estación de policías... El cadáver de un hombre es hallado en la avenida Balboa... Una niña de cinco años es violada por su padrastro...Decomisan drogas en Punta del Este..."
Tan común como tomarse un vaso con agua es el panorama de violencia y delitos en Panamá. Cada día es una pesadilla que aturde hasta el menos curioso en querer conocer cuál es "la buena nueva".
¿Estaremos acostumbrándonos a ver los asesinatos y otras muertes violentas como algo común en nuestras vidas? Peligrosa me parece esta actitud. Hechos repudiables como los crímenes que nos aquejan deben ser rechazados con fuerza por la sociedad.
Una batalla titánica pero necesaria es combatir la delincuencia. Convivir con una realidad como la que enfrentamos no debe verse de manera insensible. El crimen no es una simple moda. Es lo que atenta a diario con nuestra supervivencia en comunidad.
Los abusos criminales son un reto constante a la muerte. Nunca un hecho natural.
Son la exaltación a la maldad humana.
Es triste considerar una acción de esta naturaleza como la justificación más pura a la necesidades materiales. Pero la espiral de violencia se nutre de estas faltas.
Que no se haga común pensar que no hay forma de frenar el desquiciamiento social que nos rodea. Eso sería grave.
Tampoco es una competencia que pone precio a la vida humana echada en una estrecha cárcel o la podredumbre de un callejón oscuro.
En los barrios igual hay gente buena, que vale la pena escuchar. Sentados en el balcón todavía podemos ver chiquillos haciendo su tarea que sueñan con lo mejor.
Madres o padres cuya labor solitaria por construir un mañana para sus hijos, no se nutren de amargura sino de esperanzas y buenos ejemplos.
Que se haga común luchar por nuestro futuro, más no mirar con ojos comunes el alevoso crimen que nos daña.
